De Una estancia entre los arenales
(Bella Vista. Corrientes)
II. Soledad: ¡qué hermosa es la tierra!
Soledad: ¡qué hermosa es la tierra!
¡Qué bello oír, bajo las justas alas del invierno,
el resplandor del ocio, el crepitar de días que devoran
la multitud de gestos perdidos en el viento!
Y en la sombra, como antes, las falenas girando,
entre el sonido sobrecogedor de las naranjas muertas
cuando caen en el polvo,
con un golpe sofocado y dichoso,
en la sed de la noche, llena de ocas salvajes.
Nárrame mi pasado. Abre la puerta rota
de la balaustrada sobre el arenal.
Ahí golpearon la aldaba los gitanos
con un pobre pandero,
y las gentes llegaban desde el río
desprendiendo un olor de luces tristes,
hasta dejar sus venas en silencio,
su corazón en medio de la noche.
Ahí está el traficante de tortugas,
el hombre de pollera de lona con el pescado suspendido de un palo
y quien trueca la víbora por un jarro de caña
que agradece sin prisa, con un chasquido peculiar.
¡Encandilada y vívida extensión!
¡Canta, canta por los esteros entre caballos salpicados de espuma!
Hoy los espíritus del caserón se esparcen
con sus errantes tribus de hormigas y lloviznas,
y nadie escucha el son de la arboleda.
Nadie, cuanto el verano se remonta, vaga con el aroma del hinojo
en el patio baldío.
Esa fue mi heredad.
Y para siempre
quiero tocan con mis gastadas manos
la tierra que sostiene su memoria.
Escribir con un dedo de polvo sobre el polvo:
"Es Enrique Molina, una cansada rama del olvido".
Enrique Molina (Buenos Aires, 1910-1997), "Pasiones terrestres, 1946", Obra poética. Obras completas Tomo II, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1987
Ilustración: A floresta, 1929, Tarsila do Amaral
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