Muerto de cerca
haga lo que haga
me anega la belleza de los ocasos levantinos
del carmín indolente a ese naranja sanguinario
cebado en piedra de afilar
loquero al aire libre
el aire enrarecido
los gatos
son aquí casi tan salvajes como la gente
aquí, donde todos lamemos heridas
manoteamos zarpazos
donde por el solo hecho de deambular
la historia nos convierte
en muertos de cerca
en el abono de la desvergüenza
que clama la tierra
las plantas aguerridas quién sabe
pero las delicadas, nunca tuvieron
intención de reencarnar
La ristra
Con una ristra de ajíes en el muro se puede atravesar el invierno.
Hacer como que no existen los estragos del dinero las
arrugas ni la fatiga de vivir.
Con ella se pueden machacar derrotas. Y sentarse con
aparente indiferencia en un banquito,
la puerta entreabierta, desmenuzando en hebras
finísimas la urdimbre de historias enrevesadas. Pieles y
sudores afines con que neutralizar ejércitos hostiles.
Tarde o temprano los ángeles llegarán cargados de advertencias.
O promesas. Con sus cuentas de diezmos a pagar. Que
para eso están.
La rosa de los vientos, el firmamento, el ocaso en el alhajero de los chiles.
Aunque por la Sangre de Cristo, por la Santa Fe y Taos falte el mar.
Luisa Futoransky (Buenos Aires, 1939), Inclinaciones, Editorial Leviatán, Buenos Aires, 2006
Ilustración: Figura roja, 1928-32, Kazimir Malevich
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