Seguro, el día no tiembla al mirarlo y las casas
son firmes, plantadas en el empedrado. El martillo
de ese hombre sentado golpea una piedra
sobre la tierra blanda. El muchacho que escapa
a la mañana no sabe si ese hombre trabaja,
y se para a mirarlo. Nadie trabaja en la calle.
El hombre se sienta en la sombra que cae desde lo alto
de una casa, más fresca que una sombra de nube,
y no las mira pero toca sus piedras, absorto.
El ruido de las piedras resuena lejos
sobre el empedrado velado por el sol. Muchachos
no hay por las calles. El muchacho está solo;
se da cuenta de que todos son hombres o mujeres
que no ven lo que él ve y caminan apurados.
Pero ese hombre trabaja. El muchacho lo mira
dudando al pensar que un hombre trabaje
sobre la calle, sentado como los mendigos.
Y también los otros que pasan parecen absortos
en terminar algo, y ninguno mira
hacia atrás o adelante, a lo largo de toda la calle.
Si la calle es de todos, hay que disfrutarla
sin hacer otra cosa, mirando alrededor,
a la sombra, al sol, en el fresco ligero.
Cada calle se abre de par en par como una puerta,
pero ninguno la traspasa. Ese hombre sentado
ni siquiera se da cuenta, como si fuese un mendigo,
de la gente que viene y que va, en la mañana.
Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, Italia, 1908-Turín, Italia, 1950), "Lavorare stanca" (1936, 1943), Trabajar cansa. Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, Griselda García Editora, Del Dock, Cartografías, Buenos Aires, 2018
Versión de Jorge Aulicino
Otra Iglesia Es Imposible - Fondazione Cesare Pavese - Griselda García Editora - Ediciones del Dock - Editorial Cartografías - Op.Cit. - Dardanelos - De Sibilas y Pitias - Eterna Cadencia - Nosotros - Indie Hoy - Revista Ñ - Infobae - El Litoral - Página 12
Foto: Cesare Pavese, c.1949 Fototeca Storica Nazionales/El País/Getty Images
Civiltà antica
Certo il giorno non trema, a guardarlo. E le case
sono ferme, piantate ai selciati. Il martello
di quell'uomo seduto scalpiccia su un cittolo
dentro il molle terriccio. Il ragazzo che scappa
al mattino, non sa che quell'uomo lavora,
e si ferma a guardarlo. Nessuno lavora per strada.
L'uomo siede nell'ombra, che cade dall'alto
di una casa, più fresca che un'ombra di nube,
e non guarda ma tocca i suoi cittoli assorto.
Il rumore dei cittoli echeggia lontano
sul selciato velato dal sole. Ragazzi
non ce n'è per le strade. Il ragazzo è bene solo
e s'acorge che tutti sono uomini o donne
che non vedono quel che lui vede e trascorrono.
Ma quell'uomo lavora. Il ragazzo lo guarda,
esitando al pensiero che un uomo lavori
sulla strada, seduto come fanno i pezzenti.
E anche gli altri che passano, paiano assorti
a finire qualcosa e nessuno si guarda
alle spalle o dinanzi, lungo tutta la strada.
Se la strada è di tutti, bisogna goderla
senza fare nient'altro, guardandosi intorno,
ora all'ombra ora al sole, nel fresco leggero.
Ogni via spalanca che pare una porta,
ma nessuno l'infila. Quell'uomo seduto
non s'accorge nemmeno, como fose un pezzente,
della gente che viene e che va, nel matino.
Poesie, Mondadori, 1969
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