viernes, febrero 08, 2013

Giovanni Pascoli / El muchacho

















El muchacho

I

A ti ni gemas ni oro
te ofrezco, dulce huésped, es cierto,
más hago que te basten flores
que recoges en el verde sendero,
del muro en las húmedas grietas
y sobre la áspera maleza.
No traigo a tu mesa el especioso
trozo de pingüe ternera;
hago que gustes del radichio *
no sin la pimpinela                **
y el huevo que en la mañana
cantó la gallina.
Para mí tú no aras, oh poeta,
ni viñas pedregosas ni grasos
barbechos; pero dime si más
se alegra de viñas y barbechos
aquel taciturno señor, o el gorrión
gárrulo y tú.
Ni frágiles copas de China
ni lámpara de oro te ilumina
pero a tu tosca cocina
amas; a la pródiga artesa
y la llama que lustra, amas
sobre los nítidos cobres.
No haces que de tu ceño dependa
ni paje ni florida sierva
pero alegre y grata trajina
para ti tu dulce hermana,
que ciñe el delantal y sonríe;
lo desata y se sienta
contigo... Y por lecho mortuorio,
que a todos es tan duro y grave,
qué cosa te ofrezco ¿lo sabes?
Oh, rosas por lecho de muerte
caídas de la zarza: el suave
dolor que fue.

II

¿El nombre? ¿El nombre? El alma siembro,
lo que tiene de más blanco mi semilla,
en tierra se pierde,
pero nace el bello árbol verde.

No busco lauro ni bronce; solo vivir;
y vida es la sangre; río que fluye
sin otro rumor
que un batir, apenas, en el corazón.

En los corazones busco que un palpitar mío
quede, sin otra gloria cual un escalofrío
que tiembla en el agua
como la piedra que en el fondo yace.

En el aire, quiero, quede un gemido mío;
si el búho gime quiero estar
entre los sauces del río,
también yo, entre tinieblas, también yo.

Si lloran las campanas, lloran
en las opacas tardes, invisible
quiero estar junto
aquella que llora con ese llanto.

Poco quiero, tan solo encender
sobre las mudas tumbas, la lámpara
que ilumine y consuele
la vigilia de los pobres muertos.

Lo quiero todo, quizás nada, sumar
un punto a los mundos de la Vía Láctea
en el cielo infinito;
dar nueva dulzura al vagido.

Quiero mi vida dejar pendiente
en cada tallo, sobre cada pétalo
como un rocío
salido del sueño y se pierda

en nuestra breve alba. Con los iris
de mil gotas suyas que en el único sol
se anula y sublima...
dejando más vida que antes.

Giovanni Pascoli (San Mauro di Romagna, 1855-Bologna, 1912)
Versiones y notas de Ángel Faretta

Notas:

Sobre el título: “Il Fanciullino”, “el jovencito” o “el muchachito”, es un breve tratado en prosa escrito por Giovanni Pascoli, y que incluye estos dos poemas. Fue publicado en 1897 en la revista Il Marzoco. Los poemas se titulan “Il fanciullo”, “el muchacho”, a diferencia del tratado que es Il fanciullino.
En línea directa con el Ión platónico que tuvo a su vez una basta descendencia, Pascoli propone al adolescente, al efebo si queremos, como emblema y mitologema de la poesía. Este “fanciullo” por supuesto se enlaza con la larga, milenaria tradición italiana y romana de pugna entre la “urbs”, la ciudad, y el “ager”, el campo.
Pascoli es por otro lado el poeta que superó la dicotomía y hegemonía fin de siglo entre el inflado neopaganismo de Carducci y la exaltación pánica que muchas veces degenera en verborrea de  D’Anunzzio. Es el más alto representante del “crepuscularismo” junto a Guido Gozzano, Corrado Govoni y Sergio Corazzini, éste muerto con apenas veintiún años.
Desde luego esa “fanciulezza” enlaza con la edad de oro y con lo agrario y campesino. Esto parte de Horacio y del Virgilio de las Geórgicas y Bucólicas, sigue con la huida al campo de Bocaccio en su Decamerone, hasta surge como nota al pie en Maquiavelo durante su exilio, Vico lo eleva al primer lenguaje de la humanidad, y luego desde Leopardi a Pasolini, pasando por Cesare Pavese y un largo etcétera atraviesa toda la lírica y hasta el ideario italiano. La novela, y el cine.
Un solo ejemplo, al final de La dolce vita, y si bien con el machacón didactismo gritón de todo el film, vemos cómo Marcello, en la escena de la orgía final, arremete contra una mujer campesina entregada ahora a ese pobre vicio rentado, por reconocer en ella un acento dialectal similar al suyo.
Mucho de esto los italianos lo trasladamos aquí. Y como no había mucho campo que digamos en la ciudad de Buenos Aires, se empleó al barrio -opuesto al centro- para la repetición del arquetipo. Esto dio lugar a la poética del tango.

* dejo “radichio” como en el original, porque desde hace algunos años tal vegetal de color rosado y blanco se cultiva y vende -carísimo- también por aquí

** “selvastrella”, “pimpinela” es una planta herbácea de frutos color rojo, muy común en España, que tiene por su tamaño dos variedades, mayor y menor. Ese fruto rojizo, o negro rojizo, se emplea para usos medicinales. Sobre todo –por magia simpática- como vulneraria, para cicatrizar heridas. Desconozco el uso como condimento que parece darle aquí Pascoli. Supongo que, al igual de lo que se afirma sobre la mítica mandrágora, al arrancársela del suelo, grita.


Il fanciullo

I
A te né le gemme né gli ori
fornisco, o dolce ospite: è vero;
ma fo che ti bastino i fiori
che cogli nel verde sentiero,
nel muro, su le umide crepe,
su l'ispida siepe.
Non reco al tuo desco lo spicchio
fumante di pingue vitella;
ma fo che ti piaccia il radicchio
non senza la tua selvastrella,
con l'ovo che a te mattutina
cantò la gallina.
Per me tu non ari, o poeta,
né vigne sassose, né grasse
maggesi; ma dimmi se più
di vigne e maggesi s'allieta
quel cupo signore, od il passero
garrulo e tu.
Non fragili coppe di Cina,
la lampada d'oro t'irradia;
ma tu la tua scabra cucina
tu ami e la provvida madia;
la fiamma che lustra, tu ami,
sui nitidi rami.
Non hai che dal ciglio ti penda,
né paggio né florida ancella;
ma lieta, ma grata sfaccenda
per te la tua dolce sorella;
che cinge il grembiule, e sorride;
lo scinge e s'asside
con te...E per letto di morte,
che a tutti è sì duro e sì grave,
che cosa ti serbo, sai tu?
Oh! Rose per letto di morte,
cadute dal pruno: il soave
dolore che fu!

II
Il nome? Il nome? L’anima io semino
cio ch’é di bianco dentro il mio nocciolo
che in terra si perde,
ma nace il bell’albero verde.

Non lauro e bronzo voglio; ma vivere;
e vita é il sangue fiume che fluttua
senz’altro rumore
che un battito, appena, nel cuore.

Nei cuori, io voglio, resti un mio palpito,
senz’altro vanto che quel d’un brivido
che trema su l’acque,
fa il sasso che in fondo vi giacque.

Nell’aria, io voglio, resti un mio gemito;
se l’assiuolo geme, voglio essere
tra i salci del rio
anch’io, nelle tenebre, anch’io.

Se le campane piangono, piangono
io nelle apache sere invisibile
voglio essere accanto
di quella che piange a quel pianto.

Io poco voglio; pur, molto: accendere
io su le tombe mute la lampada
che irraggi e conforti
la veglia dei poveri morti.

Io tutto voglio; pur nullla, aggiungere
un punti ai mondi Della Via Lattea
nel cielo infinito;
dar nuava dolcezza al vagito.

Voglio la mia vita lasciar, pendula
ad ogni stelo, sopra ogni petalo,
como una rugiada
ch’esali dal sonno, e ricada

Nella  nostr’alba breve. Con l’iridi
di mille stille sue nel sole unico
s’annulla e sublima...
lasciando piú vita di prima.

Giovanni Pascoli, Fundación Giovanni Pascoli
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Foto: Pascoli, Poetry Foundation

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