El muchacho respira más fresco, escondido
detrás de los postigos, mirando la calle. Se ven las piedras
por la clara abertura, en el sol. Nadie camina
por la calle. El muchacho querría salir,
así desnudo -la calle es de todos-, y hundirse en el sol.
En la ciudad no se puede. Se podría en el campo,
si no estuviese, sobre la cabeza, la profundidad del cielo
que humilla y aterra. Está la hierba que, fría,
hace cosquillas en los pies, pero las plantas que miran
y los troncos y los arbustos son ojos severos
para un débil cuerpo descolorido, que tiembla.
Hasta la hierba es distinta y repugna al contacto.
Pero la calle está desierta. Si pasase alguno,
el muchacho en la oscuridad osaría mirarlo
y pensar que todos esconden un cuerpo.
Pasa, en cambio, un caballo de músculos gruesos
y atruenan las piedras. Hace tiempo que el caballo
anda desnudo y sin impedimento bajo el sol:
tanto, que anda en medio de la calle. El muchacho,
que querría ser fuerte de ese modo, y renegrido,
y tal vez tirar de un carro, osaría mostrarse.
Si se tiene un cuerpo, hay que verlo. El muchacho
no sabe si cada uno tiene un cuerpo. El vejestorio arrugado
que pasaba esta mañana no puede tener un cuerpo,
tan pálido y triste, no puede haber nada
que aterre de ese modo. Tampoco los adultos
o las esposas que dan la teta al bebé
están desnudos. Tienen un cuerpo sólo los muchachos.
El muchacho no se atreve a mirarse en la oscuridad,
pero sabe bien que debe hundirse en el sol,
y habituarse a las miradas del cielo, para hacerse hombre.
Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908-Turín, 1950), "Trabajar cansa", Trabajar cansa. Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, Griselda García Editora, Del Dock, Cartografías, Buenos Aires, 2018
Versión de Jorge Aulicino
Otra Iglesia Es Imposible - Fondazione Cesare Pavese - Griselda García Editora - Ediciones del Dock - Editorial Cartografías
Op.Cit. - Dardanelos - De Sibilas y Pitias - Eterna Cadencia - Nosotros - Indie Hoy - Revista Ñ - Infobae - El Litoral - Página 12
Atavismo
Il ragazzo respira piú fresco, nascosto
dalle imposte, fissando la strada. Si vedono i ciottoli
per la chiara fessura, nel sole. Nessuno cammina
per la strada. Il ragazzo vorrebbe uscir fuori
cosí nudo -la strada è di tutti- e affogare nel sole.
In città non si può. Si potrebbe in campagna,
se non fosse, sul capo, il profondo del cielo
che atterrisce e avvilisce. C'è l'erba che fredda
fa il solletico ai piedi, ma le piante che guardano
ferme, e i tronchi e i cespugli son occhi severi
per un debole corpo slavato, che trema.
Fino l'erba è diversa e ripugna al contatto.
Ma la strada è deserta. Passase qualcuno
il ragazzo dal buio oserebbe fissarlo
e pensare che tutti nascondono un corpo.
Passa invece un cavallo dai muscoli grossi
e rintronano i ciottoli. Da tempo il cavallo
se ne va, nudo e senza ritegno, nel sole:
tantoché marcia in mezzo alla strada. Il ragazzo
che vorrebe esser forte a quel modo e annerito
e magari tirare a quel carro, oserebbe mostrarsi.
Se si ha un corpo, bisogna vederlo. Il ragazzo non sa
se ciascuno abbia un corpo. Il vecchiotto rugoso
che pasava al matino, non può avere un corpo
cosí pallido e triste, non può avere nulla
che atterrisca a quel modo. E nemmeno gli adulti
o le spose che dànno la poppa al bambino
sono nudi. Hanno un corpo soltanto i ragazzi.
Il ragazzo non osa guardarsi nel buio,
ma sa bene che deve affogare nel sole
e abituarsi agli sguardi del cielo, per crescere uomo.
Poesie, Mondadori, 1969
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