Una objeción
Objetos como estos potes, lociones de afeitar
correctamente etiquetadas y expresadas, colonias,
no son paradigmáticas, no sirven como recursos o ilustración de lo que
nos sucede
constantemente. No consiguen tampoco
crear un guión de nuestras actitudes: nos ponemos loción
y salimos; en el ascensor ya somos una incógnita
nueva, manchados por las dudas, o la desconfianza
ante un perro cuya mirada no puede comprenderse. Una mancha
de aceite, en la calle y un frasco de aceite, más tarde, en el
supermercado
establecen una relación necesaria; mentalmente
podemos regresar sobre esos datos: para imitarnos,
eliminamos las magnitudes despreciables; nos perfumamos
con actos improvisados, implorando
que ningún Jack Russell intente frotarse en nuestra pierna
mientras bajamos desde el 5to piso -y llamamos a esto
decisión: al parecer, compramos ese ticket
como quien adquiere una cadena infinita de consecuencias. Pero
no: el reverso, la frase se nos escapa y otra vez
reencarnamos en nuestro propio tránsito, aunque
éste no exista. La página que escribo ya dejó de existir, o bien
tenemos problemas con el navegador, interrumpidos
siempre por el ruido que hacemos al quitarnos las manchas, intentando
recuprerar alguna apariencia tras hacer el amor
con un perro, o quedarnos callados, fumando, con los dientes
perfectos, cuando llega un mensaje
y transforma por un momento algo importante
en algo irrelevante, y no lo percibimos.
Aníbal Cristobo (Buenos Aires, 1971), Krakatoa, Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2012
Foto: Aníbal Cristobo en Facebook
Buenísimo. Para mí el mejor poema del libro.
ResponderBorrarExcelente, magnífico, no otra cosa que lo mejor de objetar/se.
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