Rito de pasaje
a Jorge Aulicino
Aquel año mi padre no podó la parra,
ese pedazo de Italia en nuestro patio,
como siempre lo hizo todos los años
y así desde que yo podía recordar.
Era para agosto, para santa María.
Esa vez tuvo que llamar a un vecino
que lo hizo con estolidez y apuro
en cobrar la plata que se le pagó.
Mi padre tenía casi noventa años,
poco después, una noche, se murió.
Nunca podé la parra, vendí la casa,
luego de muchos años, acá estoy
en el otro extremo de esta ciudad
cada vez más confusa y me temo
que ajena. Por más de diez años
soñé que volvía todas las noches
a la casa paterna, clandestinamente.
Con lógica onírica conservaba la llave
de la puerta. Claro que ahora era
todo un intruso, me colaba allí,
me deslizaba primero por el jardín,
luego por pasillos y por recovecos
pero nunca volví a ver la parra:
el patio del fondo me estaba vedado
ahora también en sueños. De pronto
debía huir de allí. Los nuevos dueños
llegaban súbitamente. Era ya mañana,
tenía que escapar y estar de nuevo
acá, para despertar en esta otra casa.
Luego el desasosiego me acompañaba
el resto del día. Una sensación extraña
la de ser extraño y la de extrañar
mi propia y vieja casa paterna.
Como digo, esto se repitió por años,
diez al menos. Luego salió un libro
y enseguida otro. Cesó ese sueño.
Ahora de mis libros soy el dueño.
Otra casa, ésta a fuerzas de palabras
edificada y alzada también con otras
ansias e ilusiones. La parra, la viña,
el árbol total y el propio eje vertical
siguen creciendo en mí, en la sangre,
corre en las venas y las arterias letradas
de cada palabra que escribo, como éstas.
Angel Faretta (Buenos Aires, 1953), inédito
Ilustración: La stanza, 1965, Carlo Carrà
quién no soñara y por soñar, padeciera.
ResponderBorrarUn poco a la manera de Pavese, eh? Me gustó mucho. El tono y la historia.
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