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I
Sin estrépito el mundo empieza, mudo.
Un hueco calcinado.
Cochambroso mundo ajeno
Interrogando por un deseado renacer abierto,
El amplio acorde disonando
De la casa que crepita.
Y sólo un acezante animal acecha
En la calle, la casa, el corazón.
Sólo lo extraño y su telambre
Hila siempre fibras nuevas,
Con su tímida avidez despoja
Y recios lugares palpa, de áspera corteza.
Tras la espuria intimidad, una grávida materia.
Translúcido metal en las noches nace sin rutina
Que secreta carne cuece en su vaivén.
Y va creciendo en ese seno extraño el más pronto
[despertar,
El ansia de un alma vagabunda deslumbrada
Por aquellos ignorados pasos,
Ignotos pasajes entreabiertos.
Secreta carne allí desaparece y aparece
Entre castas mareas y recónditas auroras.
Fuego que arroja desde el centro un aliento embravecido.
Y así, en el frío invernal de una redoma,
Es sedosa hoy la compañía,
Sedoso el instante sedoso el mar,
Sedosa libertad: lejos
La pértiga, el bastón, la vara
Que nos conducían amablemente
En nuestro torpe deambular vacío.
Heme pues, aquí,
Llegado una vez más a este sitio extraño
Donde despierta agitado el pecho
Y en su impaciente monstruosidad, la mano:
Azoca, amigo, lo extraño nos despierta,
Hosco nos salva, justo
En el instante del torpe transigir.
Mario Campaña (Guayaquil, 1959), En el próximo mundo, Editorial Candaya, Barcelona, 2011
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Foto: Niebla en Buenos Aires, 12.5.2011 Juan José Traverso/Clarín
Así sea. Gracias, Irene
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