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jueves, febrero 10, 2011
Jorge Enrique Ramponi / De "Los límites y el caos"
Ceremonia del cuervo
De qué remoto germen o ritual pernicioso
llegan al corazón ceremonias de cuervo legendario esta noche,
reverencias de búho
venido del cuadrante de una heráldica aviesa;
mímicas obstinadas de pájaro de túnel
que anuda entre sus cejas la tiniebla y el éxtasis,
y oficia estremecido su animal sacramento, de espaldas al oráculo.
Entre venias pausadas,
frontal a redonda de su culto sombrío, trazo un símbolo arcano,
con las garras en cruz lo signa polo a polo.
Olfatea hacia el norte cierto almizcle maligno
que le enturbia el plumaje con un viento de eclipse.
Cita las cuatro esquinas
con un gesto abismado de pontífice impío, cardinal y remoto;
con el pico en el eje las anuda en un orden jeroglífico ciego.
De par en par las alas
y la cola imbricada de abanico yacente,
en un largo vuelo quieto cubre el óvalo y gime su consigna de cábala.
Tendido en él lo asume fanático de indicios,
se tira a las espaldas escamas rencorosas,
lo empolla en su liturgia como a un huevo sagrado.
-Afronta tu desdicha, fértil enardecido
quién sabe por qué filtro de malicia perversa:
si Dios no está contigo cuando cantas
acaso te laten en el bulbo semillas del demonio.
-Nadie elude su crisma de tinieblas y caos
si nació para el rito de los crueles poderes furtivos de la noche.
-Nadie pierde su estela
si es fiel a su presagio secreto desde el prólogo.
El deudo que responde ya no es él,
su denuedo talla altares feroces en la propia desgracia,
tornavoces aciagos,
púlpitos de la misma materia del gemido.
Ora con eslabones de intemperie maligna,
con pésames de plomo que estampan en el alma su quilate de luto,
encandilada esfinge que rebota en sus huesos.
Quenas dos veces muertas, sin médula y sin soplo,
fosforecen sepultos avatares, álgebras torvas,
esfinges con vísceras de tumba.
Torres del desafío
cumplida la parábola, de regreso en el polvo.
Alfabetos sin quicio que responden preguntas
turbias admoniciones, animales relámpagos.
Sin confín en la extrema latitud del sollozo
se le conoce a quién invoca en su liturgia.
La audiencia despiadada se le acusa en el ceño de extranjero difícil,
clandestino, sinuoso.
En la lira de fuego que le tiembla en la frente malévola de hereje.
Le cae un yeso negro, funeral, sobre el alma.
Se le vuelven laureles de azufre los cabellos.
Solo ante el ara inicua,
lívido hasta el registro de las revelaciones en la clave del mártir,
le tañe facciones un viento de otro mundo.
(Los límites y el caos) [1972]
Jorge Enrique Ramponi (Mendoza, 1907-1977), Antología de la poesía argentina, tomo I, selección de Raúl Gustavo Aguirre, Ediciones Librería Fausto, Buenos Aires, 1979
Foto: Ramponi Analecta Literaria
qué joyitas esos tres tomos...
ResponderBorrarJorge: muchas gracias por publicar aquí un poema del poeta mendocino más importante que ha dado mi provincia. Ramponi fue una inspiración para la vanguardia local desde 1925, luego también para la generación del '40 en toda la Argentina con su obra magna "Piedra infinita".
ResponderBorrar"Los límites y el caos" es uno de esos libros que ya no son posibles concebir hoy en día: desbordados, enormes y desafiantes. Ramponi tardó más de 30 años en escribirlo.
Un abrazo infinito y caótico desde la cordillera.
si alguien tiene "trompo en llamas" de Ramponi...les pido que lo suban... lo necesito ¡graciassss!!!
ResponderBorrarExcelente hay q leer más a Ramponi un poeta único
ResponderBorrarTrompo de Llamas
ResponderBorrar(Mientras sopla el Zonda)
Por un bisel tenue de julio,
Turbio trompo de viento
Agosto ocupa de un solo rapto su área,
Se desmanda, flagrante,
Deja vacante el clima,
Vuelve sobre su lapso.
Su aldabón conmueve los sótanos terrestres,
Ciega su lampo bárbaro la sangre.
Limbo abajo en sus túneles
Cales yacentes,
Huesos con nostalgia,
Turban su molicie,
Quiebran su armadura de moho,
Buscan su prójimo:
Gozne a gozne, pífano a pífano
Escucho su fanfarria, su bailoteo opaco.
Duro dios mío. Agosto, me unge de tu ardor.
Tu látigo me obliga.
Creced, tambores acérrimos por mi furia sagrada,
Creced, creced, oh lianas quemantes del delirio.
(Ah, el furor de la vida, su tumulto oloroso)
Señor de prontos bruscos y reversos de índole,
Padre de mi materia, numen caudal del canto,
Escucha tu pormenor y mártir, natural de tu clima:
En este atrio de tiempo, entre molduras tuyas,
Dame tu áspera venia para bailar el vándalo terrestre que me exige.
Mi haz de sangre crece, hospeda el rapto,
Me duele su desorden central, su desmesura.
— Agosto, a duro soplo, desata su liturgia,
Un arduo bosque de órganos tierra a cielo delira,
En mi odeón retumba un pánico solemne:
Sentidme hacer campana y misterio.
Entro y salgo para escuchar la amarga música,
Entro y salgo a una casa de llamas, a un caracol de reverbero.
El canto me acomete como un vítor sagrado,
Duramente contengo mi sistema encendido.
En su anillo marcial aún crece el héroe,
Mi corazón vincula el bruto y el arcángel.
Ah, jinete en mi nube de tempestad y mito,
Quién seré yo que vivo dentro de un relámpago,
Quién seré, que de pronto canta Dios en mi frente…
—Agosto, agosto,
Trompo a látigos,
Zumbo en tu mano, ardiendo.
Jorge Enrique Ramponi