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miércoles, diciembre 22, 2010
Jude Nutter / Cuervo
Cuervo
El mundo nos sigue
en nuestros sueños (qué más son los sueños; a dónde más
puede ir el mundo). Me siguió hasta el bosque,
primero de un sueño, después de otro, llamando,
siempre, desde una rama en la oscuridad
sobre mi hombro izquierdo. Y ya se sabe
cómo se siente un bosque cuando oscurece:
cada espacio en el dosel es una ventana abierta
en el frío y helado ámbito del vacío. Silencioso.
Interminable. Hubo algunos llamados débiles,
seguidos, familiares (incluso, íntimos)
como capas de humo en un bar, como cartas
en una mano tramposa rozando la laca
oscura de una mesa barnizada, como las manos
de un obrero enganchándose en la seda. Pensé
que era solo mi miedo a la mediana edad
porque la garganta de seda de la juventud se había cerrado
al fin con sus bermellones y rosados de boca de felino;
o una creciente obsesión por los presagios
y portentos, donde las señales de muerte
en un sueño significan la muerte terrenal, literal
del cuerpo de donde el alma se abrirá
como un paraguas azul—hasta que reconocí
algo familiar de la infancia: un resto—
no un sabor o un olor, sino un resabio
de conocimiento cruzando la mente
como delgada ceniza. Muerte*, no es verdad
que eres la amante de todos; la máxima
mesalina y nuestra única verdadera herencia, guardada
cuando nacemos en la valija de cada célula. Partimos
desde la eternidad, abriendo las cortinas
del cuerpo de nuestra madre, pero es a ti
a donde regresamos con nuestras costillas al acostarnos; y tú
nos sigues a cada uno de nosotros como un voyeur pueblerino cuando oscurece
yendo de una ventana iluminada a otra.
Reconocer tus disfraces se ha convertido en mi trabajo
y estoy acostumbrada a verte llegar vestida
con tu manto de alquitrán y plumas para apoyarte
contra la curva de mi cráneo detrás de mi oreja izquierda.
Y fue tu voz lo que escuché, ¿no es cierto? —ese oleaje
sibilante empalmado a través de los susurros de mi madre
mientras ella vadeaba la oscuridad de la nursery
cuando yo lloraba y no podía dormir: shh, ya,
shh, aquí estoy. Aquí estoy. Y en cada casa a lo largo de la calle
el mismo canto, y en cada calle de la ciudad,
y en cada ciudad. En toda la tierra. Incluso la mente
es oscuridad sin forma
hasta que algo habla o canta. (Y yo abrí mis brazos,
¿no es cierto?, y los estiré hacia ese canto).
Jude Nutter (North Yorkshire, Inglaterra, residente en los Estados Unidos desde 1980), The Curator of silence, University of Notre Dame Press, 2006
Versión ©Silvia Camerotto
*N de T. La autora menciona el equivalente a donjuán en relación con la muerte, que en inglés tiene género masculino. La traductora optó por modificar el género y reemplazó ‘ donjuán’ por ‘mesalina’.
Crow
The world follows us /into our dreams (what else are dreams; where else /can the world go). It followed me into the forest //of first one dream, then another, calling, /always, from a branch in the darkness /over my left shoulder. And you know /how it is in a forest after dark: /each space in the canopy an open window /on the cold indifferent reach of the void. Silent. /Without end. They were soft calls, //uttered back to back, familiar (intimate, even) /like layers of smoke in a barroom, like cards /in a fast deal skimming the dark /lake of a varnished table, like the hands /of a labourer snagging on silk. I thought //it was simply my fear of middle age /because the silk throat of youth had closed /at last on its cat-mouth pinks and vermelions; /or a growing obsession with omens /and portents, where hints of death /in a dream mean the wordly, literal /demise of the body from which the soul will open /like a blue umbrella —until I recognized /something familiar from childhood: a residue— /not a taste or an odour, but an aftermath /of knowledge sighing across the mind //like fine ash. Death, is it not true /you are everyone’s lover; the ultimate /philanderer and our one, true heritage, packed /at birth into the suitcase of every cell. From eternity /we come forward, parting the curtains /of our mother’s bodies, but it’s you we turn /to in our cribs when we lie down; and you /follow each of us like a voyeur after dark in a small town /moving from one lit window to another. /I have made it my business to know /your disguises and am used to you arriving dressed /in your mantle of oil and feathers to lean /against the curve of the skull behind my left ear. /And it was your voice I heard, was it not —that sibilant /undertow spliced through my mother’s whispers /as she waded through the darkness of the nursery /when I was weeping and could not sleep: hush now, /hush, I’m here. I’m here. And in each house along the street //the same singing, and in each street of the city, /and in every city. All over the earth. Even the mind //is darkness without shape /until something speaks or sings. (And I opened my arms, /did I not, and reached out, toward that singing).
Ilustración: Bandada de cuervos, Philip Jamison
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