por Jorge Aulicino
Entre fines de los 70 y comienzos de los 80 del siglo pasado, Manuel Pampín publicó en Corregidor en cuatro tomos la Obra Poética de Alberto Girri (Buenos Aires, 1919-1991). Fue esto un punto culminante de la valoración de Girri en círculos lejanos al manípulo de Victoria Ocampo y del antiguo suplemento de La Nación. Sus relaciones habían ubicado a Girri en el campo de lo que, en las turbulentas décadas de los sesenta y setenta, se llamaba “cultura oficial”.* Movimientos tendientes a ubicar con mayor equidad y justicia al autor fueron el reportaje que en 1976, en el último número de la revista de izquierda Crisis, publicó Santiago Kovadloff. En 1983, Pablo Ananías entrevistó a Girri para el diario Tiempo Argentino, cuyo suplemento cultural tuvo prestigio en los primeros ochenta. En 1985, quien escribe estas líneas le hizo un reportaje para Clarín Cultura y Nación. Un año antes de la muerte de Girri, junto con Daniel Freidemberg, lo entrevistó para el Diario de Poesía. Esto significa que en 25 años Girri pudo ser rescatado del limbo reaccionario al que se lo había condenado.
Girri, uno de los más altos exponentes de una línea reflexiva y especulativa en la poesía argentina, y el más alto, si se considera América Latina, siguió publicando después de la aparición de aquellos cuatro tomos de Corregidor. Esos libros contienen un último ajuste sobre su poesía, que fue cambiando, libro a libro, en sus más de treinta, aunque siempre ubicada en la misma perspectiva. Especialmente Monodias y Existenciales, publicados a mediados de los 80, son dos libros que parecen clave en toda su amplia producción.
Corregidor entrega ahora una antología, realizada y prologada por Jorge Monteleone, y esto constituye un acontecimiento. Pero, ¡qué pobre resulta aún la consideración de este autor formidable, por parte de los críticos y de los editores! En casi veinte años no se ha reunido su obra completa.** Tampoco se reeditaron los libros que publicó después de los cuatro tomos de Corregidor. Sudamericana, sello con el que aparecieron algunos de esos textos, no lo hizo. Pampín acaso no tiene presupuesto para hacer más que lo que hace, y que está muy bien. Ignoro cuál es la situación de los derechos de Girri.
Monteleone es garantía de una buena lectura cuando se trata de poesía, y de un buen criterio selectivo. Junto con Daniel Freidemberg y Javier Adúriz, está entre los mejores críticos de poesía actuales (lamentablemente no es mucho decir en un campo en el que los críticos se cuentan con los dedos de una mano). La selección que ha hecho puede dejar más o menos satisfechos a unos, más a otros, pero es representativa y sirve para exponer el peso específico –que es mucho– de Girri en la poesía argentina. El libro abarca hasta su trabajo póstumo, Juegos alegóricos, editado en 1993, cuyo título contrasta con el del último libro que publicó en vida, el escueto 1989-1990.
En el prólogo, Monteleone presenta la figura histórica de Girri, siguiendo aquel derrotero desde el desdén del progresismo hasta la reconsideración entre las generaciones últimas: tanto los neobarrocos, los objetivistas y los neoclásicos, como una parte de la generación de los noventa que sintió su influencia.
Quitarle a Girri el sambenito de sus “relaciones con la embajada (estadounidense)” no era nada, comparado con tratar de que se entendiera su apuesta. Girri tenía fama de severo aristócrata, aunque el bronceado permanente de la piel apergaminada de este hijo de pobres inmigrantes vénetos se debía al sol de la plaza San Martín. Pero además tenía fama de arduo e incomprensible. Era un poeta extremo, para quien toda efusión sentimental constituía un “ornamento”. En los 40, bombardeó la fortaleza formal del tradicionalismo imperante dando rienda suelta al verso blanco y a una poesía que reflexionaba ya sobre el sentimiento elegíaco, común a su generación. Tradujo la poesía norteamericana e inglesa modernas a verso blanco y verso libre. Y usó la percepción reflexiva de la tradición anglosajona para postular otro tipo de vanguardia. Toda su obra, o gran parte, está atravesada, además, por el budismo y el taoísmo. Su objeto, a la par del de demostrar que vivimos en una realidad aparente (el maya brahmánico), era el de provocar un estado de atención inflexible sobre el texto: “Sigue el texto” era su consigna. Pero resulta que texto y objeto querían ser la misma cosa. La ambición tantálica de Girri era que fueran uno lo observado y el observador. Lo que pudo haber sido mera abstracción, nunca se alejó sin embargo del marco concreto de una realidad cotidiana, incluyendo en ella los textos ajenos en los que se inspiraba o a los que comentaba, prologaba, traducía o interrogaba, como a otros tantos objetos. Lo cotidiano era, en Girri, lo común -"lo propio, lo de todos"-, y también lo habitual, de lo cual partía. Su propósito, realizar una obra que pudiera ser leída sin referencias temporales externas, sin notas y aun sin firma.
Tal rigor hace por cierto difícil la lectura, sobre todo cuando sus libros comienzan a estructurarse a partir de emisiones de voz que se apoyan en infinitivos, en pronombres, en la segunda persona del singular. Con todo, esta poesía calificada de intelectual -quiere decir esto fría o abstracta- es asombrosamente vital. Si aspira al satori que absorbe lo contemplado y al contemplador, no olvida el peso corporal de seres y cosas: vejez, hollejos, pelusa, puertas, pisos: la celda del monje recorrida por insectos y crepúsculos. Esa espiritualidad fuertemente material de los libros de Girri, enamorado de sus “variaciones en la rutina” que son otros tantos intentos de abordaje de la misma meta, provocan el saludo del sacerdote trapense, poeta y crítico estadounidense Thomas Merton: “La imagen cotidiana del hombre es su enemiga. Debe ser destruida con palabras directas y paradojas. Tal es tu obra religiosa, mérito y sacrificio. ¡Golpea fuerte, Girri, con gracia metafísica!”.
Estos Poemas selectos abren de nuevo la puerta de ese mundo austero y deslumbrante. Un cosmos, diría Whitman. Claro está: no el de Whitman, sino su revés. La multitud ondulante whitmaniana en la que el uno aspiraba a fundirse y ser océano era, para Girri, el absoluto en el que se pretende no ya ser multitud ni un hombre en su cocina, sino más bien nadie, y con eso, todo.
Revista Ñ, 3.4.2010
* Asesorada por Juan Carlos Martini Real, la editorial, ubicada en una posición "nacional y popular", editó en pocos años las obras completas de poetas renovadores de la década de los cuarenta.
** En 1991, Corregidor publicó el tomo VI de Obra poética, que reúne Trama de conflictos (1988), 1989/1990 (1990) y Juegos alegóricos (póstumo). El editor de este blog acaba de conocer ese sexto tomo por gentileza de Manuel Pampín.
Foto: Alberto Girri por Susana Mulé
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