Empalme de caminos
Suave como las moscas o las ratas de la colina,
así cantaba el leproso Hilarión contra su sangre.
Una avispa alazana le bordeaba el vino
y el hurón de un gitano le rondaba la carne.
¡Ah tiempos, en Julio!
Un mendigo en la helada forastera.
Su ataúd es la alborada
El tiempo arrasará todas las rosas:
las florecidas,
las heridas,
las que tienen los labios del verano
como cortaderas carmesíes,
pero volverá el amor de las recolectoras de las rosas,
y la caridad encendida del color del horizonte,
donde se prenden las lámparas de las palmeras al paso del ferrocarril,
oloroso de ciudades y de esteros.
Pasa el entierro del cuerpo de un sueño,
pero su ataúd es la alborada.
Lluvia en Las Pirquitas
a Leonardo Martínez
Va a seguir siendo mía la lluvia cuando yo muera,
todo va a seguir siendo mío,
el trueno conservará intacto su sonido casi negro
y el árbol a orillas del corral gozará con ese trueno,
mientras el olor a presencia de la tierra en la lluvia
será el mismo olor de mi ausencia.
Así le sucede y le sucederá a todo lo que es pertenencia del planeta.
Entonces, a no gemir, mi lejano palmar cuando yo muera,
porque somos un pormenor de presencia de lo inmortal.
Francisco Madariaga (Buenos Aires, 1927-2000), Un palmar sin orillas. Antología poética, Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2009
Foto: Madariaga Rincón del Infinito
Quién pudiera, Irene
ResponderBorrarNos dejó su maravillosa poesía pero cuánta fata no hace su presencia
ResponderBorrarGracias infinitas por tu poesía Coco Madariaga -como te decían tus amigos-, sobre todo María Meleck Vivanco, que te quería como a un hermano...
ResponderBorrarGracias querido Jorge Aulicino por traer a francisco, lo estrañamos mucho! Concepción Bertone
ResponderBorrarNecesidad de esta poesía.
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