La culebra
Al dejar entreabierta la sala del insomnio, ya bajan dando tumbos los conejos -matrimonios de fósforo, que estrenan un bagaje de recíprocas culpas- Separación exigua de airados galopantes. Divorcio enamorado. Los parias del placer que desafinan.
La presencia del ocio es cama con mujeres, donde el demonio gusta meterse por las tardes.
Fugada destreza, al corazón solo le quedan las fauces del leopardo y las espinas.
Pero volcó tinta dorada el polizonte sobre una piel de escama y providencia. Pudiendo la sinuosa criatura resignarse.
Y un hueco del cielo, encendido en derroches
mostró su dientito de leche, la marginada santa. La culebra.
Amante provisoria
Balas insoslayables amenazan al rey del fregadero. Ya existe la rapiña en los desiertos. La vorágine en la maraña de sus ídolos.
Al pie de las glicinas, una muchacha boba es fantasma celeste. Vía láctea estremecida. Zumbido que atolondra de forma natural. Y amante provisoria sobrepasando límites.
No obstante, la distancia del mar conspira para poder nadar en círculos.
María Meleck Vivanco (Valle de San Javier, Traslasierra, Argentina, 1931), del libro inédito Los regalos de la locura, en revista La Guacha, Año 11, N° 29, agosto de 2008
Al dejar entreabierta la sala del insomnio, ya bajan dando tumbos los conejos -matrimonios de fósforo, que estrenan un bagaje de recíprocas culpas- Separación exigua de airados galopantes. Divorcio enamorado. Los parias del placer que desafinan.
La presencia del ocio es cama con mujeres, donde el demonio gusta meterse por las tardes.
Fugada destreza, al corazón solo le quedan las fauces del leopardo y las espinas.
Pero volcó tinta dorada el polizonte sobre una piel de escama y providencia. Pudiendo la sinuosa criatura resignarse.
Y un hueco del cielo, encendido en derroches
mostró su dientito de leche, la marginada santa. La culebra.
Amante provisoria
Balas insoslayables amenazan al rey del fregadero. Ya existe la rapiña en los desiertos. La vorágine en la maraña de sus ídolos.
Al pie de las glicinas, una muchacha boba es fantasma celeste. Vía láctea estremecida. Zumbido que atolondra de forma natural. Y amante provisoria sobrepasando límites.
No obstante, la distancia del mar conspira para poder nadar en círculos.
María Meleck Vivanco (Valle de San Javier, Traslasierra, Argentina, 1931), del libro inédito Los regalos de la locura, en revista La Guacha, Año 11, N° 29, agosto de 2008
Foto: Meleck Vivanco, por Daniel Grad (2004)
«miré, y he aquí un caballo amarillo, y el que lo montaba tenía por nombre Muerte, y el Hades le seguía; y le fue dada potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, con hambre, con mortandad, y con las fieras de la tierra», ap. 6:8.
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