Como una palabra dálmata, como el último en hablar una lengua,
pero la poderosa voz de los ojos rasgados dijo siempre.
Y se hinchó el peso del Universo, una inhalación
que arrastró bosques y ríos, mares, montañas, estrellas,
toda la energía palpitante que luego, exhalada, trajo desde lo Hondo
la más bella y feroz de las primaveras.
Una sola palabra para llevar al otro lado,
una sola palabra para toda la eternidad,
y la voz poderosa de los ojos rasgados,
mascando los granos ácidos de la alegría, dijo siempre.
Entonces una lluvia de oro comenzó a caer sobre los dos,
nos cubrió como un dosel, como un manto real,
y todo se convirtió en oro: edificios,
árboles, el mundo-oro recién nacido,
oro líquido fluyendo por las grandes avenidas
hacia el mar inhóspito de la inmortalidad.
Como una palabra dálmata, como el último en hablar una lengua,
pero la poderosa voz de los ojos rasgados,
ella, la última en oír una lengua muerta,
aspiró profundamente los vahos del futuro y dijo siempre.
Horacio Castillo (Ensenada, 1934 - La Plata, 2010), León en el Bidet, n° XIV, año 4. Buenos Aires
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Foto: s/d
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