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En el vaso, las moras dejaban correr su vino dulce y negro, y más abajo, las hojas, como papel seco y pálido, caían y caían, y más moras y más hojas. No sé por qué, ellas invocaban, y convocaban, a casi todas las primas y amigas de mi madre: a Virginia y a Rosaura, a Isabel; a Ana y Flor de Lis. Éstas aparecían en persona o en retrato, toda vez que hubiera moras en los vasos.
de Clavel y tenebrario, 1979
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Papá.
Cuando nos llevabas alzadas!
A Nidia y mí.
Con vestidos rojos, granates, recién hechos; los rostros, casi iguales, bajo el plumón castaño.
No sé qué habrán dicho los vecinos, las magnolias, la lluvia del sur que volaba lejos. La celeste tarde nos miró pasar abrazados.
Todas las estrellas del porvenir brillando juntas.
Pero yo ví esconderse una cosa. Y nada dije.
Un signo en el horizonte.
Unas orejas entre las hojas.
Un gallo volaba al revés, la espalda para abajo.
de Mesa de esmeralda, 1985
Marosa di Giorgio (Salto, 1932- Montevideo, 2004), Los papeles salvajes. Edición definitiva de la obra poética reunida, Adriana Hidalgo Editora, Buenos Aires, 2008
Foto: Las Críticas
la amo con locura
ResponderBorrarHabía nacido con zapatos. Rojos, finos, de taco alto,
ResponderBorrarque fueron la desesperación de todos los que vivimos juntos
en aquel tiempo.
Y en la cara tenía varias dentaduras, y lentes celestes como
el fuego.
Al pasar, por la tarde, parecía el ángel de la devoración con
pie punzó.
Mas, en realidad, amó la luz solar. Comía guindas, llevándose
una a cada boca.
Y sentía temor y amor hacia el Maestro Tigre que llegaba
en la noche a buscar doncellas.
Y nunca la eligió.
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Este poema de Marosa me encanta!