"Leo con estupor que Palas Atenea fue producto de un intento de asesinato doble por canibalismo", dijo Garbeld una noche de tormenta. "Creí que lo sabía", dije. "Digamos que sí, pero que nunca lo había puesto en estos términos", respondió Garbeld. (Recordará el lector que Atenea resultó de los amores de Zeus con la diosa primordial Metis; que sabiendo Zeus que con esta diosa tendría un hijo varón que lo derrocaría, se comió a Metis; que esto le produjo tales dolores de cabeza que pidió a Efesto que le partiera la crisma con su martillo y que de tal acción violenta nació Atenea; lo que metafóricamente podría decirse fue un parto de padre, o que Atenea es un dolor de cabeza de su padre). "Pues deberá observar", dije, "que el concepto de asesinato no debió existir en la tierra intemporal de los dioses, y quizá incluso no existió entre los primeros griegos". "Tampoco el concepto de amor como hoy lo aceptamos", dijo Garbeld. "¿Por qué infiere esto?", dije. "Porque en un sistema general en el que el amor de hombre y mujer era episódico, y el crimen cuestión de sobrevivencia, no puede pensarse que hubiera lazos como hoy los concebimos". "Es cierto, tal vez", farfullé, "pero ¿adónde va usted?" "A ninguna parte", respondió Garbeld. "A la organización necesaria y a la criatura humana como un exceso, quizá", agregó. Y calló. (Cuando callaba, Garbeld parecía hacerlo para siempre).
Gustav Who, Decúbito dorsal, Valencia, 1987.
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