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domingo, abril 06, 2008
Escuchar Alejandría
[Flores más exactas las del fuego:
el ahogado beso de la paradoja.]
Escuchar Alejandría y esperar a solas.
Escuchar Alejandría e ignorarlo todo, sin cerrar los ojos.
Escuchar Alejandría y caminar sin que nada
/tiemble a nuestro paso.
Escuchar Alejandría —ese juguete absurdo—
y despertar sus labios derrumbados.
Un niño se imagina corriendo por sus calles,
pero la gente sólo escupe miseria y no centavos.
Ese niño que sueña con sus negros pantalones,
rabiosa tela que se ciñe que se incrusta como una
/oscura bofetada
sueña a borbotones y patadas,
sin cruzar los brazos,
y no cede tiempo a los segundos
y no alcanza
el remolino inmortal y sus murmullos.
Ese niño escucha la lejana Alejandría envuelta
/en prematuros testamentos,
la mañana lo aborda y el cangrejo ensaya los acordes
/de una música sorda y afilada
se yergue como el cáliz que alberga la cicuta,
ese beso como arpón que nos desolla.
Fabián Rivera, Tuxla Gutiérrez, 1984.
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