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domingo, abril 13, 2008
But when his waters billow thus...
El buen Salvetti ha proseguido su análisis del poema de Vaughan cuya traducción fue motivo de debate más abajo. Su exégesis se desvió, por incitación del Administrador, hacia Troya legendaria, hacia la antigua mención del mar, que suponemos el Euxino, como "Ponto rojo" en las obras homéricas. Es largo, pero apasionante el texto.
Va el gran trabajo de Salvetti, que merece destino mejor que este blog:
But when his waters billow thus: pero cuando sus aguas (las del mar) se hinchen así, de ese modo, como acaba de decir, con esa fuerza ondulante que forma olas altas como montañas… billow es precisamente eso, elevarse, hincharse, henchirse, formar oleaje, la misma idea que belly panza, y porque no ball pelota, y boil, bullir, y que bullir mismo, etc.
Dark storms, and wind incite them to that fierce discuss: entonces, retomando: Pero cuando sus aguas se hinchen así, oscuras tormentas, y viento las incitan a ese feroz desborde…
Acá linda e interesante es la palabra discuss que rima con el thus (así) de dos líneas arriba. Discuss como sustantivo se usa en los siglos XVI y XVII con el mismo valor que el sustantivo discussion. ¿Y qué valor tiene acá la palabra discussion? Se podría pensar que el poeta habla de una feroz discusión, que el mar embravecido es como una feroz discusión de las aguas. Pero, en realidad, en inglés la palabra discussion, a pesar de ser la misma que en castellano y de provenir del verbo latino quatio (transformado en cutio) que significa “sacudir, agitar”, más el prefijo de disrupción o separación dis-, es decir básicamente “sacudir algo para separarlo o disiparlo o aclarar su densa oscuridad”, no tiene la connotación de violencia que preserva en castellano. Es la discusión del debate dirigido a examinar y aclarar un tema. Es verdad que la violencia está implícita en la palabra, y que la furia de Henry Vaugham tal vez proceda de un debate, de un altercado. Sin embargo, creo que el valor que el poeta y médico quiso dar al término en este verso es el de la siguiente acepción que da el Oxford dictionary:
3 Med. The dissipation or dispersal of swellings, a tumour, etc. E17-M18. (3, medicina: La disipación o dispersión de hinchazones, un tumor, etc. Finales siglo 17- mediados siglo 18.)
Esta acepción retomaría e insistiría sobre el valor de la palabra billow¸ esa particular hinchazón de las aguas, esa inflamación del mar. De hecho, eso es lo que quiere decir tumor, una hinchazón o inflamación. Cicerón habla del tumor animi¸ de la hinchazón del ánimo, es decir de la agitación del alma, de su perturbación; erat in tumore animus; el ánimo, el alma, estaba en tumor, en hinchazón, en inflación, en fermentación, como cuando hierve el agua. O hablando del verbo tumeo: estar hinchado, inflado: Tácito dice, por ejemplo, Galliae tument¸ las Galias están en efervescencia. Y el verbo tumeo usado sólo, también significa estar hinchado por una pasión o la cólera, o el orgullo. Bueno, la palabra orgullo también viene por este lado de la inflación efervescente del crecimiento. Pero volviendo al mar, Ovidio dice expresamente a vento unda tumet: “por el viento la ola se hincha”, es decir ya estamos de vuelta en las palabras de Henry. De paso, en griego la palabra ola kûma, viene del verbo kueoo, que quiere decir “estar embarazada”, y la idea radical tiene que ver con la hinchazón o inflamación.
Por eso más que “desborde”, como puse en la traducción ahora podría algo más cercano a la hinchazón, pero habría que encontrar una palabra menos fisiológica.
Seguiría con el poema, pero quería charlar de lo que decís del mar rojo Homérico que en ningún momento se me pasó por la cabeza (lástima que no estamos con un vino de por medio), así que me dio una súbita alegría tu pagana ocurrencia.
Sobre esto te cuento con filológico entusiasmo que ese adjetivo de la Ilíada y la Odisea (como tantos otros), que es oinops, siempre se me mantenía en suspenso cuando lo leía, jamás supe o me atreví a significarlo más allá de su ambigua literalidad, era una más de las tantas palabras, por lo general epítetos (no es casualidad), que me quedaban en un remolino de significados, uno más hermoso que el otro, a la manera de los mitos, pero que no lograba o no quería hacer aterrizar en ninguna palabra de mi lengua, salvo te repito en su supuesta literalidad. Hay que admitir que los diccionarios y las traducciones, que en el fondo son lo mismo, no ayudaban mucho, porque no se ponían de acuerdo. O tal vez sí ayudaban porque precisamente no se ponían de acuerdo. Porque eso era lo que yo también sentía, que no había que ponerse de acuerdo –si ponerse de acuerdo significaba perder un ojo, la parte izquierda de las fosas nasales o hacer oídos sordos al murmullo constante del mar—, encontrando un único término, sino precisamente abarcar todas las posibilidades, manteniéndolo en una rica imprecisión, casi en un impresionismo. Aunque no me estoy expresando bien, el término en realidad es claro y de fácil traducción, lo difícil, tal vez, sea definir qué rasgo diferencial, si lo hay, hacía al griego equiparar el “aspecto del mar” al “aspecto del vino”. Es probable que su tonalidad, ¿pero cuál? ¿Cuál la del vino y cuál la del mar?
Porque otra cuestión importante, cuando se trata de naufragar a gusto en las lenguas es algo que también sucede en la zozobra de las relaciones íntimas: imposible llegar a un acuerdo sobre la denominación de los colores y sus tonalidades. Terreno más que fértil para la metáfora (o la tautología, tan peligrosamente cercana a ésta); unos los nombran por una determinada tonalidad otros por otra, las uvas son blancas aunque difícilmente lo sean, el vino tinto, o sea teñido, es decir oscuro, las castañas marrones, cuando marrón quiere decir castaña, y las naranjas naturalmente son naranjas, brown, braun, quiere decir bruno, bruñido, o sea tostado, el cielo es de un azul celeste, es decir del azul del cielo. Por supuesto, hay colores sobre los que es fácil ponerse de acuerdo en un primer momento, pero hay muchos otros que se escapan a la gama primaria de los nombres. La relación entre el objeto, la palabra y el color es una de las relaciones más poïéticas que existen, tanto que la palabra parece diluirse en la oscura transparencia de los nombres propios, cuyo sentido se retrae hermético hasta ocultarse en la oquedad del signo. El color naranja de la naranja es un poco como el huevo y la gallina, o sea que las cosas tienen los colores de sí mismas o en su defecto de otras cosas por aproximación, sin que pueda saberse ya si la naranja es naranja por el naranja o el naranja naranja por la naranja, y esto en infinitas tonalidades; es proverbial la enorme cantidad de blancos que tienen los esquimales o lapones, o mejor dicho la gran cantidad de grises que vemos nosotros en el Ártico. ¿Cuántos verdes hay en la naturaleza? ¿Por qué se cree que son un único y mismo color, el verde? ¿Es decir cuantos colores diversos son reducidos daltónicamente a uno solo? Bien podría hablarse del color laurel, del color fresno, del color roble, del color helecho, del color musgo, etc. ¿De qué color es el cielo? Y los distintos cielos de los distintos días del año en las distintas horas del días y la noche en las distintas latitudes, y en las distintas edades astrológicas? Nuestra garganta está ceñida por un anillo de lógica transparencia que reseca la camaleónica lengua del chamán.
O sea que nombrar los colores puede no ser muy distinto a nombrar las tonalidades del alma, y entonces, como el revés de lo que sucede con los colores, la realidad se convierte, por reminiscencia, en la alquimia vocálica de Rimbaud, y los lunes son amarillos, los martes violetas, el violeta es un lila azulado o un azul carmín, el sol es amarillo y blanco, y rojo y naranja, o brilla pero no tiene ningún color, etc. Creo que en nuestra próxima reunión espiritista deberíamos invocar en torno a la copa invertida las adversas sombras de Newton y Goethe para que nos charlen un poco más in extenso de la cromatología de las cepas griegas.
Pero volviendo a la palabra oinops, lo curioso es que no hace en su literalidad ninguna referencia expresa al color, aunque ésta podría inferirse. Supuestamente la palabra dice tanto como: “de o con aspecto de vino”. “oino-“: Vino, ops = oops: vista, rostro, semblante, aspecto, etc. pero jamás color.
Ahora paso a traducirte lo que tres diccionarios dicen de este adjetivo (uno inglés, otro francés y otro alemán muy pequeño; dicho sea de paso, en este solo detalle de las definiciones se puede ver que en el siglo pasado hubo otras “contiendas mundiales” en Europa, mucho más sutiles y silenciosas que las dos grandes guerras, de las que nunca se habla, y qué nación venció).
Liddell-Scott: oinops: wine coloured, (in Hom. never in nom.) epith. of the sea, wine-dark, of oxen, wine-red, or deep-red.
Oinoopós: ruddy-complexion, dark-complexion, black mixed with bright light, dark.
O sea: oinops: del color del vino, (en Homero, nunca en nominativo) epíteto del mar, oscuro como el vino, de bueyes, rojo como el vino, o rojo profundo.
Y para la variante oinoopós: de tez rojiza, (hablando de las mejillas o la boca de Dionisio), de tez oscura, negro mezclado con luz brillante (hablando de ojos), oscuro (hablando de la hiedra).
El Bailly: oinops: de la couleur du vin, c. à d. d’un rouge foncé, en parlant de la mer; de taureux; de Bacchos. (Del color del vino, es decir, de un rojo oscuro, hablando del mar; de toros, de Baco.
Schul-wörterbuch, dicionario escolar (Benseler)
Oinops, ep., oinoops, oinoopos, wie Wein aussehend, als Beiw. Des Bakchos: mit Wein bekränz; dann überh. Weinfarbig, d. i. dunkel- oder schwarzroth, überh. dunkel, dah. Beiw. Von Thieren oder dem Epheu, den Augen u. inbes. dem Meere, welches bei hastigeren Wogenschlage einen dunkelrothen Schein annimmt:
De aspecto como el vino, como epíteto de Baco: coronado de vides; luego sobre todo, del color del vino, es decir, rojo oscuro o rojo negro, sobre todo, oscuro, de allí, epíteto de animales y de la hiedra, de los ojos, y en especial, del mar, el cual, con el impetuoso batir de la olas, adquiere un aspecto rojo oscuro.
Bueno, ahí queda más o menos planteada la cuestión. Como agregado te cuento que una traducción alemana de la Odisea vierte el oinopa ponton como Dunkle Gewässer (oscuras aguas), y una italiana, livido mare, y el Garzanti dice de livido, detto della colorazione bluastra della pelle umana per contusioni o percose; o sea algo así como morado, que el DRAE define como “de color entre el carmín y el azul”.
Como ves, la definición que da el diccionario griego alemán se acerca, como tu sospecha, a la situación del poema de Vaugham, suponiendo que Homero, al hablar del mar en aquellas situaciones en que lo adjetiva de esta manera, esté hablando de un mar “con un impetuoso batir de las olas”, y no de un mar calmo. Además el rojo estaría dado por inferencia, salvo que Vaugham hubiese leído una traducción inglesa de Homero donde dijera red sea. Por otro lado, los árabes llaman al Mediterráneo, “el mar blanco del medio”.
Me parece que en esta larga cuestión de la oscuridad de los colores, la del vino, la del mar, la hiedra, los ojos, los bueyes, queda algo en claro; la misma oscuridad, una cierta oscuridad rojiza, azulada, morada o violácea, una oscuridad encendida, pero más allá de este laberinto cromático, me llegó la feliz imagen de una sensación que me regala tu pregunta:
El griego que observa el vino en su copa se ve a sí mismo en una nave sobre el mar; así como al observar la superficie del mar ve en esa inmensa masa de agua la copa de vino de en su mano; estas dos superficies son el exacto reverso, el mar tiene el aspecto, el rostro del vino, al igual que el vino tiene el rostro del mar, en ambas superficies el griego se ve espejado, se ve mirar, siente sumergirse con vértigo en su verdad, una verdad de oceánico naufragio que lo libera de las fuerzas ctónicas de su limitado terruño; el mar y el vino comparten en su liquida faz un mismo poder embriagante, la copa y la nave son sus dos medidas de una idéntica náusea, la de perderse en lo infinito del mundo, porque el vino y el mar apagan en él una misma sed. El objeto nos mira, dicen que dijo por ahí Lacan; el oinopa ponton, me parece hoy, no un determinado color o tonalidad, sino ese particular espejo que hay en las cosas más amadas que nos miran.
Jorge Salvetti
Nota del Administrador: Si hemos de creerle a la arqueología, Troya, que ya era mitológica en épocas de los griegos antiguos, estaba situada cerca de los Dardanelos, a orillas del que aquéllos llamaban Preponte, el mar, laguna salada o remanso anterior al Ponto Euxino, hoy Mar Negro. De manera que debemos pensar que Homero hablaba del Mar Negro y no del Egeo cuando mencionaba el Ponto rojo, aunque de modo genérico algunas traducciones juegan "ponto" (en minúsculas) por mar. Es probable que Negro derive de rojo, por las asociaciones tan pertinentes que Salvetti descrubre en este trabajo.
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