De Lawrence Garbeld se decía en Osaka que no había entendido ni jota del zen, en cambio en Occidente resoplaban con cierta condescendencia ante sus paradojas, las que eran atribuidas a su frecuentación de la cultura oriental. "No he entendido nada del zen", repetía él, e inexorablemente se tomaba este aserto como una frase zen. "En realidad, el zen concibe las cosas en suspensión y en movimiento", se excusaba. Alguien le dijo: "¿Es como ver una película cuadro por cuadro?". "No exactamente", respondió, "pues eso sería demorar el discurrir". "En el zen hay movimiento en un cuadro suspendido, en el que las cosas tienen relaciones lábiles, o no las tienen o no las conocemos. Por ejemplo, esta pluma: imagínela usted sin relación con su función y no predestinada a ser empuñada por alguien para escribir, mientras una mariposa vuela sin atravesar precisamente el cuadro, sin recorrerlo, vuela en su lugar". "En eterna espera", dijo el otro. "No lo sé. Le digo lo que se me acaba de ocurrir. Nunca he frecuentado a los sabios", dijo Garbeld, y tomó la pluma para escribir un recado.
Gustav Who, Crispaciones, Banfield, 1963.
¡Cómo me gusta Lawrence Garbeld! ¡Y qué suerte que lo tenemos a Gustav Who!Esta reflexión sobre el zen me parece muy buena.
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