sábado, marzo 29, 2008

La tormenta, de H. Vaughan, II versión

Atendiendo las opiniones vertidas, y ante la clara probabilidad de que en la última estrofa Vaughan pida de Dios la asistencia del llanto, queda así:


La tormenta
1
Veo el sentido: y conozco mi sangre,
no es un mar
sino una baja y limitada inundación;
sin embargo, roja, como el mar;
tiene un flujo tan fuerte como el suyo
y bullentes corrientes que deliran
con la misma ondeante fuerza y los silbidos
con que fluctúan las montañas.
2
Pero cuando sus aguas golpean con tal violencia,
oscuras tormentas y vientos
incitan esa feroz discusión
antes que apaciguarla:
así el ancho aire furioso
agita el flujo de esa inundación;
pero tiempos calmos de mayor claridad
producirán las tormentas en mi sangre.
3
Señor, entonces rodéame con nubes de llanto
y deja mi mente
en rápidas ráfagas suspirando bajo aquellos despojos,
el espíritu ventoso;
en fin, que tal tormenta que purgó a este recluso
pecador con facilidad lo hizo abominable,
y viento y agua por Tu gracia
ambos lavaron y dieron alas a mi alma.

jueves, marzo 27, 2008

Lo que sigue es el texto que el traductor y hermeneuta Jorge Salvetti envío al administrador, acerca del poema de Henry Vaughan versionado en este blog (ver Poesía inglesa). Una lección de traducción y análisis.

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Hola, querido y áulico Tocayo, acá te mando este primer envío, de veloz taquigrafía (valga el pleonasmo), en el ratito que me pude hacer; como me cansé y tengo que trabajar, paro acá. Si sirve, sigo en estos días hasta el final del poema con la sarta de ocurrencias.


La idea del poema (porque no me asusta hablar de la idea de un poema, cuando la hay) es simple y hermosa: un pedido a dios, para que en esos momentos en que el pobre Henry se enfurece por nimiedades (como parece que suele sucederle), le haga ver la sombría y penosa tristeza del estado denigrante en el que se arrastra, y así estalle en un llanto de arrepentimiento, entre sollozos y suspiros, que limpie su cuerpo de la furia y permita a su alma volar de nuevo hacia su altura natural. Algo así.


Acá te mando una traducción rápida, llena de traiciones, y después te cuento en detalle lo que leo en cada línea, para tratar de reparar lo que la versión desvirtúa.


La tormenta

Veo la utilidad: y sé que mi sangre
No es un mar,
Sino un río limitado y poco profundo,
Aunque rojo como él;
Aun así tengo mareas, tan fuerte como las suyas,
Y agitadas corrientes que se enfurecen
Con el mismo feroz oleaje, y rugen
Como lo hace la onda encrespada.

Pero cuando sus aguas se hinchen así,
Oscuras tormentas, y viento
Las incitan a ese feroz desborde,
por el que de lo contrario no sienten inclinación,
Así es un aire desatado y enfurecido
El que las provoca a una inundación;
Pero aun el tiempo que es más benigno
Engendra tormentas en mi sangre.

Señor, rodéame entonces con nubes llorosas,
Y haz que mi mente
En rápidas ráfagas suspire debajo de esas mortajas,
Un viento de espíritu;
Así esa tormenta limpie esta celda
Que una pecaminosa incuria corrompió,
Y viento y agua a tu servicio
Laven y eleven mi alma.


I see the use: veo la utilidad: entiendo la utilidad de la sangre, su uso, su propósito, me doy cuenta de que no sirve ni para navegar ni para que en ella vivan los peces, su utilidad es para que yo viva, veo, en una palabra su función distinta de la del mar, es un flujo limitado y poco profundo, carece claramente de la vastedad del mar. De todas maneras, sigo dudando sobre el valor de use y el sentido de la frase, aunque sospecho que va por ahí.

A shallow, bounded flood: puse río (flood puede tener este sentido), es básicamente un flujo, y puede significar cualquier masa de agua. Lo importante acá es que rima con blood, y que expresa la idea del líquido, se podría poner un “lago” en la traducción (ya que no estamos buscando la rima), pero la sangre corre más como un río. Como suele ocurrir, todas las “rarezas” y hallazgos del poema (ambas cosas son casi siempre las mismas) están dados por la búsqueda de la rima. Flood, de todos modos, puede significar prácticamente cualquier masa de agua, quieta o en movimiento, y también puede significar mar, pero acá lo importante, además de la rima, es la idea de pequeñez, en comparación con la vastedad del mar.
Though red as he: aunque rojo como él: el he se refiere al mar;[1] esta analogía me parece muy interesante y requiere de una explicación. La similitud entre la sangre y el mar es lo que él ya supone de entrada antes de empezar a desarrollar el poema –aunque comience admitiendo que reconoce sus diferencias—, por lo que va a decir luego, a saber, su efecto sobre él mismo, el desborde tempestuoso que lo hace estallar como un mar embravecido. Pero antes de comenzar con esa analogía entre su sangre y el mar, y a pesar de darse cuenta de sus diferencias, comienza con esta curiosa analogía que (a mi modo ver) no puede sino remitir al Mar Rojo[2]. No viene a cuento acá si el Mar Rojo (Red Sea) es o no, en realidad, una mala lectura de Reed Sea (Mar de los Juncos). Lo interesante que su sangre es un mar rojo, porque esa es la verdad poética, el núcleo poético de la obra. Y precisamente ya hay en la realidad un Mar Rojo, y, por lo demás, no en cualquier realidad, sino en la realidad real, en la realidad del Libro, en la realidad de Dios, porque para quien vive en la Biblia y en el Dios de la Biblia, poco importan los mares del mundo, primero están los de la geografía celeste que en este caso son los de la historia del pueblo de Israel, etc. De modo que en la literatura, la sacra, como sacra es toda verdadera literatura para el poeta, es natural que el mar por antonomasia sea rojo, y no verde ni azul. Esta es la primera marca de arte del poema, donde la realidad se une indisolublemente con el juego, y la verdad alcanza su transparencia poética. Quedan así fundidos en el mismo plano la verdad objetiva: la sangre es roja, y la verdad subjetiva: el mar (el mar de mi verdad, el mar de Dios) también es rojo.
Lo curioso de esta analogía entre la sangre y el mar, que está dada por su identidad de color, es que se trata de una comprobación casi anecdótica, el único rasgo en común (además claro está de su liquidez), que tendrían, de ahí el valor adversativo-concesivo del aunque (though), de no tener precisamente aquella otra similitud que es la que realmente desencadena el poema y que es la que lo recorre y justifica, la analogía entre la furia del mar y la furia de su sangre. Si esto es así – y esta lectura que hago no es todo un delirio, y en realidad no habla del Mar Rojo, y toda la línea debe leerse de otra manera (yo no al menos no la encuentro)—, es interesante, porque este pequeño comentario, dicho casi de soslayo antes de adentrarse en el meollo del problema, de la verdadera similitud entre su sangre y el mar, representa como un punto de fuga, que a mi criterio supera el propio decir del poeta (cosa que no me extrañaría, dado que yo encuentro en esta línea el primer nudo poético, y que todo nudo poético es una línea vertiginosa que tiende al infinito que supera la intencionalidad del propio poeta, para alcanzar uno de sus momentos de verdadero arte. Lo que quiero decir, básicamente, es que el Mar Rojo no sólo es el Mar de la realidad del poeta, el mar de su juego poético, que le permite hacer de su realidad la verdadera realidad, y aquí doblemente así, ya que su realidad es la realidad del texto sacro, ni el mar de Dios sin más, sino que además, y sobre todo, es el Mar de su Ira, el Mar de la Ira de Dios. De modo que, sin querer decirlo, yo, como lector, me permito leer en esta línea que el poeta admite, de entrada, en la tímida concesión de esta estrafalaria analogía, que él sabe que su ira tiene también un origen divino (pero este comentario que te hago, es un entre Vaugham, vos y yo).

Yet I have flows, as strong as his: acá empieza a desenrollarse el poema, mi sangre no es un mar, mas aun así….

And boiling streams that rave: estas corrientes son bullentes, hierven de agitación… y se muestran rabiosos y furibundas.

With the same curling force, and hiss: la curling force entiendo que es la fuerza que hace de la superficie lisa de un mar calmo un mar encrespado, enrulado, o sea enrula el agua, volviéndola olas. Curling funciona como un participio activo es una fuerza enrulante… Curl es el rulo de la ola. And hiss, hiss es algo así como sisear, o sonidos parecidos, a veces se usa en sentido de un sonido que expresa desprecio y desaprobación. Este mar no ruge, sobre todo porque no es fácil rimar el HIS de dos líneas arriba, Esta mar sisea, como sisea tal vez el viento que sopla sobre el mar embravecido. Es linda la onomatopeya, es un soplido agudo, frío y amenazante como el de una serpiente lista para el ataque.

As doth the mountained wave: como hace (doth, tercera persona del verbo do) la ola amontañada, o sea alta como una montaña…

[1] The thing personified or conventionally treated as male (as a mountain, a river, a tree, the sun) or (in early use) the thing grammatically masculine, previously mentioned or implied or easily identified. ME. [1] Esto dice el diccionario de Oxford en su segunda acepción de HE: La cosa personificada o convencionalmente tratada como masculina (como una montaña, un río, un árbol, el sol) o (en el uso antiguo) la cosa gramaticalmente masculina, previamente mencionada o fácilmente identificada.
Que esta acepcion se refiera al Inglés Medio (hasta 1475 según los scholars) poco importa, (¿qué poeta se atiene exclusivamnte a los usos contemporáneos de su lengua?) Encontré otros poemas de Vaugham en los que, al hablar, del sol también usa HE.
[2] No creo que se refiera a un mar crepuscular, porque en ese caso sería más circunstancial, e implicaría que el poeta lo está observando en ese momento o así elige evocarlo en su memoria. De ser así, y estar observándolo, sería un fuerte rasgo de intimad con el momento que vive el poeta, un poco a la manera de los haikus, donde el adentro y el afuera se funden en la epifanía del segundo. Pero no me parece un poema donde intervenga este tipo de rasgo escénico. Me parece que es de un presente de pura interioridad.

Jorge Salvetti

lunes, marzo 24, 2008

La tormenta, de H. Vaughan


A continuación un poema de Henry Vaughan, alineado por la crítica entre los "metafísicos" ingleses isabelinos y poisabelinos, y una traducción dificultosa y quizá en más de un punto errada. Se solicita opinión y correcciones. O nuevas versiones.


The storm

1
I SEE the use: and know my blood
Is not a sea,
But a shallow, bounded flood,
Though red as he ;
Yet have I flows, as strong as his,
And boiling streams that rave
With the same curling force, and hiss,
As doth the mountain'd wave.
2
But when his waters billow thus,
Dark storms, and wind
Incite them to that fierce discuss,
Else not inclin'd,
Thus the enlarg'd, enragèd air
Uncalms these to a flood ;
But still the weather that's most fair
Breeds tempests in my blood.
3
Lord, then round me with weeping clouds,
And let my mind
In quick blasts sigh beneath those shrouds,
A spirit-wind ;
So shall that storm purge this recluse
Which sinful ease made foul,
And wind and water to Thy use
Both wash and wing my soul.

Henry Vaughan (1622, Newton, Gales-Llansantffraed, Gales, 1695)

Vaughan, Henry. The Poems of Henry Vaughan, Silurist. vol I. E. K. Chambers, Ed. London, Lawrence & Bullen Ltd., 1896. 69-70.
to Works of Henry Vaughan Site copyright ©1996-2000 Anniina Jokinen. All Rights Reserved.Created by Anniina Jokinen on July 28, 1997. Last updated on October 16, 2000.Background by the kind permission of Gini Schmitz.
Vía Luminarium


La tormenta

1
Veo el sentido: y conozco mi sangre,
no es un mar
sino una baja y limitada inundación;
sin embargo, roja, como el mar;
tiene un flujo tan fuerte como el suyo
y bullentes corrientes que deliran
con la misma ondeante fuerza y los silbidos
con que fluctúan las montañas.

2
Pero cuando sus aguas golpean con tal violencia,
oscuras tormentas y vientos
incitan esa feroz discusión
antes que apaciguarla:
así el ancho aire furioso
agita el flujo de esa inundación;
pero tiempos calmos de mayor claridad
producirán las tormentas en mi sangre.

3
Señor, ahora me rodean nubes llorosas
y deja mi mente
en un rápido estallido bajo aquellos refugios
el espíritu ventoso;
en fin, que tal tormenta que purgó a este recluso
pecador con facilidad lo hizo abominable,
y viento y agua en el sentido
ambos lavaron y dieron alas a mi alma.

Que las mujeres deberían pintarse

La Fealdad es Aborrecible: ¿puede serlo entonces aquello que la evita? ¿quién prohíbe a su amada ceñirse la cintura, corregir con calzados su marcada cojera, pulir sus dientes o perfumar su aliento? No obstante, como el Rostro es mirado con más detenimiento, importa más: Porque así como los pecadores que confiesan abiertamente son siempre castigados, mas los cautos que ocultan sus pecados sin testigos, también sin castigo los cometen; así las partes secretas exigen menos consideración; mas para con el Rostro, expuesto a todo Examen e inspección, no hay celo que sea demasiado cuidadoso. Y no sólo atrae a los inquietos Ojos, sino que está sometido al más divino de todos los contactos, al besar, la extraña y mística unión de las almas. Si ella se prostituyese a un hombre mas indigno que tú, qué sincera y justamente exclamarías; pero entregar su cuerpo a la ruina y la deformidad (los tiránicos Violadores, y súbitos Desfloradores de todas las mujeres) por falta de esta solución más fácil y rápida ¡qué adulterio tan espantoso! Lo que amas en su rostro es el color, y la pintura se lo da, mas tú odias la pintura, no por ser pintura, sino porque sabes que lo es. Tonto a quien la Ignorancia hace feliz; las Estrellas, el Sol, el Cielo que tú admiras, ¡ay!, no tienen color, pero son bellos porque parecen estar pintados: Si esta apariencia en ella no te satisface, al menos no puedes dudar de que tiene color cuando la ves pintarse. Si su rostro estuviese pintado sobre una Madera o una Pared, te encantaría, e incluso la Madera y la Pared: ¿Puedes entonces detestar su rostro cuando habla, ríe y besa solo por estar pintado? ¿No nos deleita más ver Pájaros, Frutas y Animales pintados que verlos al Natural? ¿Y no contemplamos con placer las formas pintadas de los Monstruos y Demonios, que no osamos ver cuando son verdaderos? Restauramos nuestras casas en ruinas, pero antes nos lo advierten las frías tempestades que a través de sus grietas nos fustigan; enmendamos las roturas y manchas de nuestro Atuendo, pero primero a nuestros ojos y a otras personas ofenden; mas esto se evita gracias a la providencia de las Mujeres. Si al Besarla o respirar cerca de ella, la pintura se cae, te enfadas; si sigue pegada, ¿te enfadarás? La amabas; si empiezas a odiarla, es porque no está pintada. Si ahora dices que antes la odiabas, la odiabas y la amabas al mismo tiempo. Se constante en algo, y ama a aquella que te demuestra todo su amor, tomándose este trabajo de parecer bella para ti.

John Donne (Londres, 1572-1631), Paradojas y problemas. Traducción de Jorge Salvetti y Darío Rojo. Se publicará con el sello Selecciones de Amadeo Mandarino.

miércoles, marzo 19, 2008

"¡He leído un grueso tratado, he leído un grueso tratado y por fin he comprendido!", dijo un joven entusiasta irrumpiendo en la habitación que Garbeld arrendaba. Garbeld, lo había yo notado, profesaba una simpatía llamémosle insidiosa por el joven. Este dato se me ocurre esencial para comprender la historia, pero tal vez no sea así; el lector puede dejarlo en suspenso en tanto obre su propia interpretación de este relato. "¿Que libro ha leído?", suspiró Garbeld. "No importa cuál", dijo el joven, y esto pareció despertar una viva simpatía en Garbeld. "No importa cuál", insistió el muchacho, "baste saber que era la obra de un gran filósofo, con cuarenta y siete páginas de introducción y un cuerpo de notas que suman más del total de la obra, realizados por una profesora de filosofía y otra de filología antigua". "Bien, ¿qué verdad ha comprendido? ¿Se trata del prólogo o de la obra?", interrogó Garbeld. "De ambos, pues lo que he comprendido, después de dos años de lecturas de libros de filosofía clásica, es que a los profesores, esos sabios cuyos prológos leía con devoción pues esperaba encontrar las iluminaciones sobre las palabras del maestro, esos prologuistas académicos, digo, no están interesados en la verdad, no están guiados por la sed de verdad, no quieren saber sino las relaciones de las ideas del sabio, su vinculación con las de otros, anteriores o posteriores, y disecan la savia viva en núcleos o centros de interés". "Ha comprendido sin duda una gran verdad", dijo Garbeld, decepcionado. "No ponga esa cara, Lawrence", dijo el muchacho. "He comprendido cuál es el camino de la verdad". "¿Cuál es?", pronunció Garbeld, con el tono de quien se ha resignado a cumplir con su parte de sostén en un seudo diálogo. "El entusiasmo sacro", disparó el joven. Garbeld inclinó su cabeza hacia adelante y acarició suavemente su frente con las yemas de sus dedos. "Sé que le suena a fe religiosa", dijo el joven, "pero examínelo un poco. ¿Quién lee ya a un filósofo esperando encontrar en él la verdad? ¿Quién lee filosofía fuera de las academias? ¿Quién la lee en posición de amateur? Todo entusiasmo es sagrado cuando se trata de ello". "Ojalá se tratara de religión", dijo Garbeld. "No precisamente", respondió el muchacho. "Se trata de la difusa certeza de que alguien o algo dirá finalmente aquello que queremos saber". "¿Para qué saber lo que queremos?", dijo Garbeld. "Tanto peor sería. Mejor es saber lo que no sabemos y lo que no sabemos que queremos o que incluso no queremos en absoluto." El muchacho se dejó caer en un sillón. "Sin embargo", dijo, "he tenido hoy algún tipo de revelación". "Eso es cierto", dijo Garbeld, y el rostro del chico se iluminó. "¿Verdad que sí?", dijo. "Ya ve, se sigue interrogando. Sin duda la ha tenido", dijo Garbeld. "¡Aleluya!", gritó el chico. "¿Y qué he comprendido Garbeld? Dígamelo usted". "Haga el favor de no ofenderme, váyase", profirió Garbeld. El chico quedó petrificado en su asiento pero reaccionó en un segundo, se levantó y salió dando un portazo. "Eso sí que estuvo bien", me dijo Garbeld. "¿Qué de todo?", dije. "El instante entre el sillón y la puerta en que aún no sabía que iba a dar el portazo", respondió.

Gustav Who, Tan claro como el agua, Lausana, 1967.
"Durante un tiempo, no he podido asociar la capacidad guerrera de nuestros antepasados con el conservadurismo; un conquistador no puede querer conservar lo que aún no conoce", dijo Garbeld. Un viejo lord que solía amoscarse a menudo con Garbeld, le dijo: "¿Entonces reduce usted la flor y nata de nuestra tradición a un labriego de mente impasible cuya vida se limita a cosechar nabiza en la estación indicada y cumplir con entierros y bautizos hasta el fin de nuestros días? Ese hombre no es un conservador". "Por cierto", dijo Garbeld, "Guillermo el Conquistador no plantaba nabos; en cuantos a los bautizos y entierros, desconozco cuál era su posición". "Le daré una lección gratuita -dijo el lord-. El Conquistador y todos los hombres genuinos de nuestra raza fueron conservadores en el mejor estilo de la palabra." "¿Qué queda para el revolucionario?", preguntó Garbeld. "¿Plantar nabiza?". "El revolucionario, en fin...", vaciló el lord. "No da usted con la tecla porque no quiere reconocer la paradoja", le espetó Garbeld. "El conservadurismo de los grandes guerreros de nuestro imperio no estaba en sus actos, de resultados inciertos y muy poco conservadores; estaba en su espíritu, en su capacidad de resistencia, en su estrechez de miras. Sólo ponían por delante el interés del imperio o su ambición. Y se entrenaban espiritualmente para salir del brete; para conservar, estimado señor, su vida y acrecentar sus posesiones, a las que debían defender aumentándolas sin parar. ¿Sabe usted?, habían descubierto la ley de la entropía, a más energía, más desorganización. Respondían de modo rudimentario conservando la energía en forma de capital. Ahí tiene usted la resolución de este enigma: conservar era para ellos aumentar; resistir, era crecer. Estaban altamente capacitados para mantenerse vivos; precisamente, para conservar su existencia." "Me ha dejado usted con un palmo de narices... Creo entender lo que dice -dijo el lord-, pero aún me pica la pregunta sobre el revolucionario..." "El revolucionario es la entropía, el demonio que los agita y al que quieren sosegar", dijo Garbeld.

Gustav Who, Aporías en cuanto al declive, Reno, 1986.

sábado, marzo 15, 2008

Amiano

3

en busca de nuevos significados
el poeta
apuró la cena
y encendió la tv
con ganas de que la humanidad sea mejor
relamente
y cambien líderes por otra cosa
sin humanidad


5

soy un hombre libre
agazapado detrás del humo
en cualquier madrugada

mi casa es pequeña
y sigo roedeado de libros, discos
botellas de vino

las sábanas son nuevas
las manchas son nuevas

y esa escultura en la que estoy doblado
sigue doblada


Daniel Amiano (Caseros, 1963), Memorias de un santo, Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2007

jueves, marzo 13, 2008

Miguel Brascó / Condolencia de un dejado de la mano de Dios, y anexo















Condolencia de un dejado de la mano de Dios

Cuánta subjetividad así metida tan adentro de su cuerpo
y este cuerpo tan metido en entretelas y entrecueros
y esta cosa
entregada al oscuro silencio de algún cuarto
y este cuarto tan perdido
en la soledad horizontal de las grandes propiedades
en el corazón sublime de Buenos Aires.
Cuánta subjetividad que no levantará jamás su párpado
sobre el terror de este cuerpo
que respira en la noche de Buenos Aires
el aire seco de su propia extrañeza.
Cuánta alma que es como una gota
una humedad que quiere ser bebida
por algún labio
por un labio y no otro
por un labio que la olvida
por un labio y no otro
que olvida ser un labio y está lejos.

Cuánta pasión que reclama con ahínco su contrario
para asomarse sobre el risco de la soledad
cuánto infortunio, amore mío, cuánta luz
en la sombra, sin alumbrar a nadie
y cuánto tenebroso y necesitado de esa luz.

Veinte años de poesía argentina, Francisco Urondo, Galerna, Buenos Aires, 1968

*

Este Sophenia fíjese: renunció a su glamorosa condición de varietal Merlot liviano y largo de nariz, a los sabores perfiditos que le hacen arrugar el ceño al austero Cabernet, y también al joie de vivre gay con el cual sedujo siempre este cepaje. Ahora bien, ¿para qué renunció, a cambio de qué cosa? Sólo para adquirir ese color púrpura oscuro New World Wine que por lo monótono y siempre igual aburre a tanta gente en todo el mundo. "No entiendo más al mundo ni lo que en él sucede", dijo el filósofo Baudrillard. Tras lo cual dijo sopermi y se las tomó del mundo de los vivos.

Anuario Brascó/Portelli 2007-2008 de los vinos argentinos, Simposium, Buenos Aires, 2007

Miguel Brascó (Sastre, Argentina, 1926-Buenos Aires, 2014)


Actualización: 2019

miércoles, marzo 12, 2008

De Lawrence Garbeld se decía en Osaka que no había entendido ni jota del zen, en cambio en Occidente resoplaban con cierta condescendencia ante sus paradojas, las que eran atribuidas a su frecuentación de la cultura oriental. "No he entendido nada del zen", repetía él, e inexorablemente se tomaba este aserto como una frase zen. "En realidad, el zen concibe las cosas en suspensión y en movimiento", se excusaba. Alguien le dijo: "¿Es como ver una película cuadro por cuadro?". "No exactamente", respondió, "pues eso sería demorar el discurrir". "En el zen hay movimiento en un cuadro suspendido, en el que las cosas tienen relaciones lábiles, o no las tienen o no las conocemos. Por ejemplo, esta pluma: imagínela usted sin relación con su función y no predestinada a ser empuñada por alguien para escribir, mientras una mariposa vuela sin atravesar precisamente el cuadro, sin recorrerlo, vuela en su lugar". "En eterna espera", dijo el otro. "No lo sé. Le digo lo que se me acaba de ocurrir. Nunca he frecuentado a los sabios", dijo Garbeld, y tomó la pluma para escribir un recado.

Gustav Who, Crispaciones, Banfield, 1963.

martes, marzo 11, 2008

En primer lugar, lo a-sensato del sentido. ¿Qué es el sentido que crean los seres humanos? Es aquel viejo rey Lear que trata de encontrar una manera sensata de transmitir el poder y de compartir su reino entre sus tres hijas, a quienes ama. Entonces las llama y las dos primeras le expresan aquello que por excelencia da sentido a la vida humana, es decir, el amor de unos hacia otros y especialmente el amor de los padres para con los hijos y de los hijos para con los padres. Regan y Goneril, entonces, pronuncian discursos sensatos por excelencia: son hijas que aman, adoran a su padre, dicen que harían cualquier cosa por él, en largos discursos muy bien construidos. Y la respuesta del rey Lear es sensata: a cada una le tocará un tercio del reino. Y luego viene Cordelia, asqueada por todos estos discursos sensatos, doblemente sensatos incluso: aparentemente sensatos en sentido filial y realmente sensatos en sentido comercial -estamos en 1600-, en sentido de interés. Y de un modo también sensato, pero diferente, ella dice, a grandes rasgos: usted es mi padre y yo lo amo como hija, y no tengo nada más para decir. Lear, entonces, en una reacción humana, completamente sensata, se ofusca con violencia: ¡Cómo! ¿Es todo lo que tienes para decirme? ¿No se te ocurre nada más? ¡Pero cómo! Un amor debe expresarse.
(...)
Las cosas comienzan a desarrollarse entonces de una manera completamente sensata y completamente atroz, completamente insensata. Todos serán destruidos en la historia.
(...)
Y todos los sentidos particulares con que estas acciones humanas estaban hechas desembocan en esta totalidad a-sensata cuyo desenlace es la piedad y el horror a través de los cuales se cumple esta serie de actos importantes y perfectos, y la kátharsis de las pasiones nacidas en el alma de los espectadores. Esto es lo a-sensato del sentido. Y lo sensato de lo a-sensato es que, finalmente, si hay un sentido en nuestra existencia, es éste. Vayan a ver Lear, Macbeth, Edipo: el sentido es eso.

Cornelius Castoriadis (Estambul, 1922-París, 1997), Ventana al caos, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2008.

jueves, marzo 06, 2008

Soy leyenda (1)

Sé que vivo rodeado de vampiros
como Robert Neville, "Sal, Neville" (2),
oigo sus gritos; sin embargo,
me saludan amablemente por la mañana, están
al sol, o bajo la luz opaca en invierno,
disimulan con escobas, llaves de auto,
leen un periódico, objetos inofensivos
pero quieren
convertirme al vampirismo, previa apropiación
de mi sangre privada: luego podré acompañarlos
en sus rondas nocturnas, Neville, sal, gritaré
con ellos.
Me ofrecen integrarme a la sociedad, qué más,
odian mi insociabilidad, tienen razón.
No les gusta mi pensamiento de derecha
/anticapitalista
o mi izquierdismo de mercado, que cambia
a adversión por el género humano y amor en la
/batalla personal.
Neville, sal. Todo el tiempo viendo películas
/alquiladas
que devuelvo antes del anocher en la cueva de enfrente,
y oyendo la obra completa de Shostacovich;
solo eso, y un churrasco a veces en el boliche.
Sal, sal, gritan, puedes divertirte, Neville, sal.

Jorge Aulicino ©

(1) © Richard Matheson, 1954
(2) Op. Cit.


"Como tú", de León Felipe (Tábara, Zamora, 1884-México, 1968)por Paco Ibañez. Olympia, París, 1969.



Sé todos los cuentos

Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre
/los ahogan con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,
que los huesos del hombre los entierran
/con cuentos,
y que el miedo del hombre...
ha inventado todos los cuentos.
Yo sé muy pocas cosas, es verdad,
pero me han dormido con todos los cuentos...
y sé todos los cuentos.

León Felipe

Antonio Deltoro / Glorieta


En la glorieta los pájaros escuchan
alrededor de su canto el estruendo del tránsito,
debajo de sus cantos la segadora del pasto,
en el horizonte de sus cantos los cantos de otras
/especies;
en los árboles es extraño el silencio,
se oyen los rezos de diferentes lenguas,
una rama puede ser Jerusalén, otra La Meca,
este fresno es, probablemente, catedral de gorriones
/y tórtolas.
Desde la banca los oigo
hasta que en un paréntesis del tráfico calla la segadora:
los pájaros sorprendidos interrumpen su algarabía:
yo imagino en el frágil silencio este poema,
antes de que se pongan en verde semáforos distantes,
funcione la segadora y los pájaros se repongan
/de su sorpresa.

Antonio Deltoro (Ciudad de México, 1947), Poesía reunida, UNAM, México, 1999.

lunes, marzo 03, 2008

Pancho Muñoz / El balcón de Olmedo


Nadie sabe
lo que al fin
le espera;

si hay fin y si
esto se puede llamar
e s p e r a.

Francisco Pancho Muñoz (Buenos Aires, 1945)