(continuación de Akido Gauna)
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Es común que una lectura que podríamos denominar valiosa, fructífera, esté constituida precisamente por su detención. Aclaremos: a veces, cuando la lectura se enriquece se pierde, se pierde su continuidad física, sea porque hubo un leve cambio en la sintaxis de nuestro cerebro y necesitamos una pequeña pausa para volver a continuar, sea porque estamos leyendo y sentimos que tenemos que dar cuenta de algo en papel, y lo hacemos, o incluso no lo hacemos y dejamos de leer porque creemos que hay que dejar ese momento para otro momento. O porque la lectura llega a cierto éxtasis, encontramos algo maravilloso y nos saciamos, dejamos de leer o leemos algo de una intensidad menor, y ahí comienza una lectura más mecánica, que espera pacientemente hasta que aparezca un éxtasis similar, o menor.
Pero en este caso, al suprimir este intervalo constitutivo, la paradoja es casi grosera: seguir leyendo aunque leer sea detenerse. En todo leer nada, y en esa nada subrayar, olvidar, aburrirse, sorprenderse.
No tanto porque se haga literatura, sino porque permite experimentar la literatura como lectura: simple o compleja, absurda o precisa. Como la idea de cierto músico, en la que se habla de una doble escucha, una de fondo, simplemente agradable en donde la atención no se exige y una mas precisa y pertinente donde la atención es extrema, y que ambas se vayan sucediendo sin limites precisos al punto de parecer casi simultáneas
Un texto que, a pesar de todos sus filos y aristas, al entregarse no se establece como un sacrificio, en el que incluso es posible llegar a percibir cierto grado de demencia en nosotros, al punto de llegar ver naturales todos los versos en idiomas que podemos desconocer, y percibir intensidad donde el sentido nos está vedado por el elemento más grosero.
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Una verdadera sorpresa este artículo (o fragmento, o lo que sea). Uno de esos hallazgos que uno hace sólo muy de cuando en cuando. Y que en este caso sorprende no porque lo que dice era hasta ahora desconocido, sino, al revés, es algo que uno conoce, algo que ha vivido y vive, pero que nadie había dicho hasta ahora (que yo sepa), y que uno no encontraba cómo decir o ni siquiera había llegado a planteárselo, salvo como intuición confusa. El lugar donde los textos "se completan" o "se ponen en marcha" es la lectura y, si bien no cualquier texto permite cualquier lectura, esa compleja dimensión de los textos, la lectura, tiene una infinidad de zonas que permanecen como vastos continentes inexplorados, como si hubiera algo de inconfesable en lo que realmente a uno le ocurre cuando de verdad se lanza a leer.
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