jueves, septiembre 27, 2007

Algo que compartimos muchos a mediados de los 80 era el cuestionamiento a la visión del poeta y de la poesía que venía de los 50, por ejemplo del grupo Poesía Buenos Aires, la creencia en que la poesía era una actividad superior a todas las demás y en que solo la poesía podía salvar al mundo. Pero el hecho es que esa misma ideología equivocada, inflada, los llevó a escribir unos tremendos poemas, y a ponerse en una situación de riesgo al escribir. Después llega la tendencia a desmistificar al poeta, y yo estoy de acuerdo, pero la desmistificación fue tan lejos que ahora hay que llenar el poema de indicios de que uno no aspira a nada, de que la poesía es pura joda. Ante eso me doy cuenta de que nunca dejé de preferir la poesía que elabora los problemas que uno tiene frente al mundo, aunque no lo lea nadie. Y no creo que eso se haya terminado con la posmodernidad. Me parece que es fácil darlo por terminado.

Daniel Freidemberg, revista La guacha, año 10, número 27, Buenos Aires, julio 2007

2 comentarios:

  1. Salvando las lógicas distancias, Borges, en alguna de esas entrevistas que le hicieron, dijo que pasamos del francés al inglés y del inglés a la ignorancia. En lo que dice Daniel Freidemberg respecto del credo de los poetas de los años cincuenta y de la desmistificación que llevaron adelante los poetas de los años ochenta hasta llegar al barrial de los más jóvenes podría quizás leerse una cierta analogía. Ya sé que él, prudentemente, no la hace --la imprudencia de dejarla entrever corre por mi cuenta--, pero en cierta forma ahí está.
    En otro orden --y volviendo a las analogías-- lo que dice sobre el credo y las obras que éste prohija, ¿no fue acaso siempre así? ¿O para admirarse de las catedrales medievales, de la pintura renacentista y de la música de Bach hace falta creer en el dios de los cristianos?

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  2. Leyendo tu entrada, rescaté estas palabras de Cesar Aira:"Hubo una época, felizmente no tan lejana como para que no hayamos alcanzado a vivirla, en que los escritores eran figuras románticas, dramáticas, envueltas en el misterio: inexplicables. Después, fue como si empezaran a hablar, y ya no pudieran dejar de hacerlo. Ahí coincidieron, no por azar, el desarrollo de la llamada «industria de la cultura» y una especie de temor de los artistas a alentar esperanzas excesivas en su trabajo, temor que los llevó a adelantarse a declarar que eran seres comunes y corrientes, más vulgares inclusive que el promedio, preventivamente. Sea como sea, es difícil imaginarse cómo pueden despertarse vocaciones literarias en los jóvenes que ven escritores diciendo banalidades en televisión, y comportándose en general como pequeñoburgueses bienpensantes. También en eso Alejandra Pizarnik fue la última.
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