II
Los teros, de guardia
por la casa, se paran
en un triángulo.
Avanzan o retroceden
en bloque, unos pasos,
como si en ese espacio
tuvieran una huella.
Se turnan sin orden
ni arte aparente
y en ningún momento
decae el grito. Aturden,
nos dejan sordos,
pero los galgos
distinguen una nota
en ese ruido, escuchan
otra cosa que el aspaviento
que distrae al extraño
y oculta el nido:
porque mirá que gritan,
y los tipos de pronto alzan
la cabeza, se incorporan
y salen a la carrera.
Osvaldo Aguirre (Colón, Buenos Aires, 1964),
Lengua natal, Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2006
Del mismo libro y autor, a mí me gusta mucho, también, este poema:
ResponderBorrarDiario de un cardenal
1.
Entre las hojas oscuras
de la enredadera
el cardenal mostró
el color más vivo
del atardecer
2
El cardenal anda
lo más tranquilo:
no hay chicos
que lo corran.
3.
Le das maíz
y viene.
El cardenal
ya entiende:
encuentra,
entre nosotros,
su hogar.
4.
Quién sabe
por dónde,
pero ha entrado
a la pieza.
También yo
me asusto
y golpeo, ciego,
contra la vidrios
y busca salir.
5.
Las gallinas
lo quieren picar.
Y tenés miedo
por el gato,
que finge dormir
cuando campanea
la siesta del cardenal
en la enredadera.
6.
Es lo hermoso,
decís, lo hermoso:
el rojo más vivo
en la cabecita
y el pecho,
como una medalla.
Inmóvil, oculto
tras una chapa,
uno no se cansa
nunca de mirar.
7.
Ya entendemos:
en el cardenal,
en el rojo solar
para siempre
encendido
late
el hogar.