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jueves, febrero 01, 2007
Aniquila el esplendor
Presentación del motivo
(Fragmento)
Con demorado rencor aniquila punto a punto el esplendor
y como una anguila de sí mismo en su pie se enrolla en cada paso
repitiendo frases como: "y… después de todo…"
Para luego escuchar en su nuevo hábitat a cada alga o helecho
repetir lo mismo: la conciencia no interviene en la destrucción.
Así, en la arquitectura más terrestre, la de múltiples torrecillas
que se desmoronan con la misma rapidez con que se reproducen
niega que el polvo se haya apoderado del lugar,
aunque cada tanto unos microscópicos parabrisas
toman forma en sus ojos para desvanecerse de inmediato
en pos del presente y todo lo que por la realidad ha sido comprado.
Ni siquiera el recuerdo del sujeto que en su casa
había instalado un mini teatro
en donde pasaba sus películas cada viernes por la noche,
y guardaba en su caja fuerte el master de "en vivo en el Copa"
hace que alivio pueda parecer una palabra
capaz de variar su mandato en diferentes estaciones
y no un gancho de hierro que cuelga el tiempo de un único riel
a una temperatura invariable.
Pero de haber interferido una célula
proveniente de una escena más banal, hubiese podido observar
en otra escena igualmente banal,
la instantánea construcción de una metrópolis en miniatura
a partir del olvido de una acción que bien podría servir
para ordenar un placard, dejar las llaves en un cajón
o arrastrar un perro muerto por glorietas o explanadas.
Y ahora que algo más que una célula
ha interferido el conducto que en su medio se había organizado
y sabiendo que el origen de los carteles sobre los edificios
y las calles de espléndido asfalto fue solo un exceso de voluntad,
dispone sus días en regias estaciones de ski sin nieve,
en donde los rigores del hastío entrenan a tiempo completo
comprobando en cada segundo el apotegma de la obviedad:
que el espacio ha de ocuparse inevitablemente.
Mientras tanto en cada uno de los mismos pasos
acoger la instantánea representación
de la miserabilísima opereta "el mundo no puede ser ofendido".
Ofuscados actores intercambiando sus papeles
con compresibles espectadores, vestuarios conocidos,
mobiliarios cotidianos
y ni una boca que se abra, ni un brazo que se agite,
solo el clásico cigarrillo acompañando el entreacto
y la imperiosa necesidad de reconocer: esto es una calle, esto una vereda.
Desgajado suficientemente el decorado,
confundidos a ultranza los monólogos o si se prefiere, terminada la obra,
retomar la involuntaria comprobación de cada una de las verdades del
folleto, un folleto de escenas fijas ubicadas en la máscara de una granada
que confirman la única oportunidad del movimiento: combustión
o la descortés manipulación de algunos átomos sin nombre
ni clara descripción.
La fragancia, el aroma y el olor en plena equivalencia con el miedo
erigen sin duda una estridencia similar en su combate
y estas son algunas de sus esquirlas:
un lloriqueo continuo frente a cada mínima emoción en la pantalla,
sea por la ciega que la calle cruza, el autista que gana en los videojuegos,
la última patada del pequeño karateca, o la estatua del perro.
Un objeto desprendido de lo que durante el día
interfiere la digestión, precipita el sueño,
o tensa los músculos equivocados;
la triste noticia que el yermo espiral de la burguesía exponer podría
los mitos de otras impresiones. La antimaqueta, la oreja en la vitrina.
Una conjetura: llegado el mismísimo punto del estado de carretel vacío,
con las marcas del mecánico torno y la aspereza y continuidad
del cilindro de madera; es decir en la intacta ausencia del observador
o más precisamente en la incorporación de esa simulación,
lo que ocurriría o debería ocurrir o podría ocurrir
¿no traería tal vez una mínima modificación acorde con esa falta de gentío?
Pero si su visión fuera tan poderosa como la de un cojo,
en vez de pensar en Giuletta Mangano, Willy Wonka o Nanin Timoiko,
podría escuchar la voz de la mujer que con su vestido a lunares
baila sobre el techo del Rambler diciendo: -Querido, de qué sirve haber
tenido todas esas maravillosas experiencias…
Darío Rojo (Castex, La Pampa, 1964)
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