Foto: Rubén Darío
Penumbras
Sandro
LP "La magia de Sandro" (1969)
La noche se perdió en tu pelo
la luna se aferró a tu piel
y el mar se sintió celoso
y quiso en tus ojos estar él también
Tu boca, sensual, peligrosa
tus manos, la dulzura son
tu aliento, fatal fuego lento
que quema mis ansias y mi corazón
Ternuras que sin prisa apuras
caricias que brinda el amor
caprichos, muy despacio dichos
entre la penumbra de un sol interior
Te quiero, y ya nada importa
la vida lo ha dictado así
si quieres yo te doy el mundo
pero no me pidas que no te ame así
Delectación morosa
Leopoldo Lugones
"Los crepúsculos del jardín" (1905)
La tarde, con ligera pincelada
que iluminó la paz de nuestro asilo,
apuntó en su matiz crisoberilo
una sutil decoración morada.
Surgió enorme la luna en la enramada;
las hojas agravaban su sigilo,
y una araña, en la punta de su hilo,
tejía sobre el astro, hipnotizada.
Poblose de murciélagos el combo
cielo, a manera de chinesco biombo.
Tus rodillas exangües sobre el plinto
manifestaban la delicia inerte,
y a nuestros pies un río de jacinto
corría sin rumor hacia la muerte.
Era un aire suave
Rubén Darío
"Prosas profanas" (1896)
Era un aire suave, de pausados giros;
El hada Harmonía ritmaba sus vuelos;
É iban frases vagas y tenues suspiros
Entre los sollozos de los violoncelos.
Sobre la terraza, junto á los ramajes
Diríase un trémolo de liras eolias
Cuando acariciaban los sedosos trajes
Sobre el tallo erguidas las blancas magnolias.
La marquesa Eulalia risas y desvíos
Daba á un tiempo mismo para dos rivales,
El vizconde rubio de los desafíos
Y el abate joven de los madrigales.
Cerca, coronado con hojas de viña,
Reía en su máscara Término barbudo,
Y, como un efebo que fuese una niña,
Mostraba una Diana su mármol desnudo.
Y bajo un boscaje del amor palestra,
Sobre rico zócalo al modo de Jonia,
Con un candelabro prendido en la diestra
Volaba el Mercurio de Juan de Bolonia.
La orquesta perlaba sus mágicas notas,
Un coro de sones alados se oía;
Galantes pavanas, fugaces gavotas
Cantaban los dulces violines de Hungría.
Al oir las quejas de sus caballeros
Ríe, ríe, ríe, la divina Eulalia,
Pues son su tesoro las flechas de Eros,
El cinto de Cipria, la rueca de Onfalia.
¡Ay de quien sus mieles y frases recoja!
¡Ay de quien del canto de su amor se fíe!
Con sus ojos lindos y su boca roja,
La divina Eulalia, ríe, ríe, ríe.
Tiene azules ojos, es maligna y bella;
Cuando mira vierte viva luz extraña:
Se asoma á sus húmedas pupilas de estrella
El alma del rubio cristal de Champaña.
Es noche de fiesta, y el baile de trajes
Ostenta su gloria de triunfos mundanos.
La divina Eulalia, vestida de encajes,
Una flor destroza con sus tersas manos.
El teclado hamónico de su risa fina
Á la alegre música de un pájaro iguala,
Con los staccati de una bailarina
Y las locas fugas de una colegiala.
¡Amoroso pájaro que trinos exhala
Bajo el ala á veces ocultando el pico;
Que desdenes rudos lanza bajo el ala,
Bajo el ala aleve del leve abanico!
Cuando á media noche sus notas arranque
Y en arpegios áureos gima Filomela,
Y el ebúrneo cisne, sobre el quieto estanque
Como blanca góndola imprima su estela,
La marquesa alegre llegará al boscaje,
Boscaje que cubre la amable glorieta
Donde han de estrecharla los brazos de un paje,
Que siendo su paje será su poeta.
Al compás de un canto de artista de Italia
Que en la brisa errante la orquesta deslíe,
Junto á los rivales la divina Eulalia,
La divina Eulalia, ríe, ríe, ríe.
¿Fué acaso en el tiempo del rey Luis de Francia,
Sol con corte de astros, en campos de azur?
¿Cuando los alcázares llenó de fragancia
La regia y pomposa rosa Pompadour?
¿Fué cuando la bella su falda cogía
Con dedos de ninfa, bailando el minué,
Y de los compases el ritmo seguía
Sobre el tacón rojo, lindo y leve el pié?
¿Ó cuando pastoras de floridos valles
Ornaban con cintas sus albos corderos,
Y oían, divinas Tirsis de Versalles,
Las declaraciones de sus caballeros?
¿Fué en ese buen tiempo de duques pastores,
De amantes princesas y tiernos galanes,
Cuando entre sonrisas y perlas y flores
Iban las casacas de los chambelanes?
¿Fué acaso en el Norte ó en el Mediodía?
Yo el tiempo y el día y el país ignoro,
Pero sé que Eulalia rie todavía,
¡Y es cruel y eterna su risa de oro!
Ite, missa est
Rubén Darío (ib.)
Yo adoro á una sonámbula con alma de Eloísa,
Virgen como la nieve y honda como la mar;
Su espíritu es la hostia de mi amorosa misa
Y alzo al són de una dulce lira crepuscular.
Ojos de evocadora, gesto de profetisa,
En ella hay la sagrada frecuencia del altar;
Su risa es la sonrisa suave de Monna Lisa,
Sus labios son los únicos labios para besar.
Y he de besarla un día con rojo beso ardiente;
Apoyada en mi brazo como convaleciente
Me mirará asombrada con íntimo pavor;
La enamorada esfinge quedará estupefacta,
Apagaré la llama de la vestal intacta
Y la faunesa antigua me rugirá de amor !
Sandro
LP "La magia de Sandro" (1969)
La noche se perdió en tu pelo
la luna se aferró a tu piel
y el mar se sintió celoso
y quiso en tus ojos estar él también
Tu boca, sensual, peligrosa
tus manos, la dulzura son
tu aliento, fatal fuego lento
que quema mis ansias y mi corazón
Ternuras que sin prisa apuras
caricias que brinda el amor
caprichos, muy despacio dichos
entre la penumbra de un sol interior
Te quiero, y ya nada importa
la vida lo ha dictado así
si quieres yo te doy el mundo
pero no me pidas que no te ame así
Delectación morosa
Leopoldo Lugones
"Los crepúsculos del jardín" (1905)
La tarde, con ligera pincelada
que iluminó la paz de nuestro asilo,
apuntó en su matiz crisoberilo
una sutil decoración morada.
Surgió enorme la luna en la enramada;
las hojas agravaban su sigilo,
y una araña, en la punta de su hilo,
tejía sobre el astro, hipnotizada.
Poblose de murciélagos el combo
cielo, a manera de chinesco biombo.
Tus rodillas exangües sobre el plinto
manifestaban la delicia inerte,
y a nuestros pies un río de jacinto
corría sin rumor hacia la muerte.
¡Grande, varón, eso es música!
ResponderBorrarAgrego otro chiche:
ResponderBorrarAlma Venturosa
del mismo Lugones
Al promediar la tarde de aquel día,
cuando iba mi habitual adiós a darte,
fue una vaga congoja de dejarte
lo que me hizo saber que te quería.
Tu alma, sin comprenderlo, ya sabía...
Con tu rubor me iluminó al hablarte,
y al separarnos te pusiste aparte
del grupo, amedrentada todavía.
Fue silencio y temblor nuestra sorpresa;
mas ya la plenitud de la promesa
nos infundía un júbilo tan blando,
que nuentros labios susiraron quedos...
y tu alma estemecía en tus dedos
como si se estuviera deshojando.
Ya lo habíamos dado
ResponderBorrarsepa endisculpar la llegada tardía
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