sábado, octubre 31, 2009

Francis Ponge / Lluvia



Lluvia

La lluvia, en el patio donde la miro caer, cae con apariencias muy diversas. En el centro, forma una delgada cortina (o red) discontinua, de una caída implacable pero relativamente lenta de gotas probablemente bastante livianas, una precipitación sempiterna, sin vigor, una fracción intensa de meteoro puro. A poca distancia de los muros a izquierda y derecha, caen ruidosamente gotas más pesadas, individuadas. Aquí parecen tener el grosor de un grano de trigo, allí el de un guisante, más allá el de una cuenta. Sobre los listeles, sobre las balaustradas de la ventana corre la lluvia horizontal mientras que sobre la faz interior de estos mismos obstáculos queda suspendida como caramelos de forma convexa. Según la superficie toda del pequeño techo de zinc que domina la mirada, corre en pequeños arroyitos de colores cambiantes a causa de las tan variadas corrientes que se desprenden de las imperceptibles ondulaciones y resaltos del techo. Desde el canalón adyacente en el cual se desliza contenida en un cauce hueco sin mayor pendiente, cae súbitamente como un hilo perfectamente vertical, trenzado bastante groseramente, hasta chocarse con el suelo donde resurge bajo la forma de brillantes agujas.

Cada una de estas formas tiene un apariencia particular, y a cada una responde un ruido particular. El todo vive con una intensidad como si se tratara de un complicado mecanismo, tan preciso como azaroso, como el de un reloj cuya cuerda es el peso de una determinada masa de vapor en precipitación.

El timbre al tocar el suelo los hilos verticales, el gluglú de las goteras, los minúsculos toques de gong se multiplican y resuenan a la vez en un concierto sin monotonía, no sin delicadeza.

Cuando se le acaba la cuerda, algunos engranajes continúan funcionando por un tiempo, se vuelven cada vez más lentos y luego toda la maquinaria se detiene. Entonces, si el sol reaparece, todo se borra rápidamente, el aparato brillante se evapora: ha llovido.

Francis Ponge (Montpellier, 1899-Le Bars-sur-Loup, 1988)
Versión de Florence Baranger-Bedel
Las egerias

La pluie
La pluie, dans la cour où je la regarde tomber, descend à des allures très diverses. Au centre c'est un fin rideau (ou réseau) discontinu, une chute implacable mais relativement lente de gouttes probablement assez légères, une précipitation sempiternelle sans vigueur, une fraction intense du météore pur. A peu de distance des murs de droite et de gauche tombent avec plus de bruit des gouttes plus lourdes, individuées. Ici elles semblent de la grosseur d'un grain de blé, là d'un pois, ailleurs presque d'une bille. Sur des tringles, sur les accoudoirs de la fenêtre la pluie court horizontalement tandis que sur la face inférieure des mêmes obstacles elle se suspend en berlingots convexes. Selon la surface entière d'un petit toit de zinc que le regard surplombe elle ruisselle en nappe très mince, moirée à cause de courants très variés par les imperceptibles ondulations et bosses de la couverture. De la gouttière attenante où elle coule avec la contention d'un ruisseau creux sans grande pente, elle choit tout à coup en un filet parfaitement vertical, assez grossièrement tréssé, jusqu'au sol où elle se brise et rejaillit en aiguillettes brillantes.

Chacune de ses formes a une allure particulière: il y répond un bruit particulier. Le tout vit avec intensité comme un mécanisme compliqué, aussi précis que hasardeux, comme une horlogerie dont le ressort est la pesanteur d'une masse donnée de vapeur en précipitation.

La sonnerie au sol des filets verticaux, le glou-glou des gouttières, les minuscules coups de gong se multiplient et résonnent à la fois en un concert sans monotonie, non sans délicatesse.

Lorsque le ressort s'est détendu, certains rouages quelque temps continuent à fonctionner, de plus en plus ralentis, puis toute la machinerie s'arrête. Alors si le soleil reparaît tout s'efface bientôt, le brillant appareil s'évapore : il a plu.

(Le Parti pris des choses)
Voyage dans les mots


Foto: Ponge Encarta /AFP

miércoles, octubre 28, 2009

Ernesto Mejía Sánchez / "La mordedura de las uvas..."



3
[De "Epitalamio"]


La mordedura de las uvas menudas
en el lecho, el calor que guardan
en su lado contrario las almohadas,
el cabello de Ester, dan cuerpo
a mis delirios. Elfos que sitian
lo indispensable de mi alegría,
me cuerpo enemigo del bien, los desvelos
del rey, la ignorancia de la virgen,
son los sueños que el mundo puso
en el corazón del escogido.
Dijo uno que amó: El corazón
de la mujer está cerrado.
Innoble, como siempre, el hombre
mintiendo su verdad con las primeras
palabras que le vienen a la boca.

Ernesto Mejía Sánchez (Masaya, 1923-Mérida, México, 1985)"La impureza", 1951, Pájaro relojero, poetas centromericanos, selección y prólogo de Mario Campaña, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, Barcelona, 2009

Foto: Mejía Sánchez 400 Elefantes, Nicaragua

martes, octubre 27, 2009

Xiao Kaiyu / Sábado






Sábado a la noche.


Entro corriendo a un restorán y pido fideos,
como deprisa y concentrado, sin atender
al gato que maúlla sin parar desde el piso.
Sólo dos personas en el local: el dueño y yo.
Apoyado contra el mostrador sonríe hacia el matamoscas,
sin ningún interés por mi impaciencia,
aprobando al parecer la insipidez de la tarde.
Mientras él busca seriamente el cambio,
yo siento que tener algo que hacer es de verdad importante.

Así que salgo a la calle, compro el diario
y me subo al primer colectivo que llega.
El aire acá arriba está demasiado frío
y me hace temblar, me repliego en el asiento.
Por todas partes hay plástico y astillas,
y un extraño olor a pintura. Pocas personas, lluvia,
¿quién quiere salir, si no es para volver a casa,
o movido por un impulso traicionero?
¿Quién quiere gastar cuatro boletos y atravesar
cabeceando, medio dormido, la avenida Nanjing?

Una hora después al despertarme
me apuro a bajar. “Qué suerte de mierda”,
exclama uno al que se le pasó la parada
mientras limpiaba sus anteojos. Me doy vuelta:
el colectivo oscilando avanza en la oscuridad
hecha de un cielo nocturno lluvioso y luces de neón.
Conozco al muchacho en la entrada del banco,
es la persona que vengo a ver; bajito, sin cuello,
se llama a sí mismo ladrón; por supuesto,
ya ha hecho lo imposible para demacrar su apariencia.

Hablamos un rato afuera de pie
antes de entrar al bar. Sentados junto la ventana
pedimos bebidas frías y empezamos a tratar
de algunos conocidos, de su dolor
yendo y viniendo por las universidades,
acostumbrados a un cinismo cómodo
y a burlarse de sus propios órganos. Llevados a eso,
y a toda forma de aburrimiento planeado.
Después, mira hacia la calle por la ventana,
comparando calles y ciudades en su cabeza.

Como al pasar menciona el funeral de su madre:
muchos parientes, petardos y niños desconocidos,
pero muy poco tiempo concreto pasado
alrededor del cuerpo, intercambiando dolor.
Piensa que su muerte dio término a una discusión.
Ahora ya ni recuerdo quién y quién
decidió poner la medicina en su pan: un mes
tomándola de esa forma, después su sonrisa final.
Nos quedamos en silencio un rato, como corresponde,
y viendo que ya hemos estirado el tiempo lo suficiente
nos paramos para despedirnos: “Hasta la próxima”.

Al salir, él se esfuma. No es tarde aún,
no estaría de más dar unas vueltas
antes de volver. De nuevo este traicionero
impulso que me atrapa, me acelera el corazón.
Fumo un cigarrillo. Incluso voy a un cine para ver
la cartelera; pero es como si ya hubiera visto todas las películas:
una acerca del opio, una acerca del divorcio, otra
acerca de uno de nosotros que doblegó la emoción.
La respuesta que obtuve a los diez año está aún
burlando mi propia pregunta: yo pertenezco a nosotros.

Así, la buena señal del día es: un paseo, un baño,
para emitir con lentitud irritante algún sinsentido
usando la primera del singular. ¿Qué
significa? Algunas calles, algunas bandas
tocan el himno y música marcial. Las puertas abiertas
de un negocio expulsan una racha de aire frío;
adentro dos chicas se prueban bikinis. Ahora
quiero irme a casa. Es eso o, bajo el viaducto,
con un maestro de Qi, estudiar el uso de los pies
para rascarse la espalda, pelear, o caminar con las manos.

Los empleados bostezan, con sus laptops a cuestas,
deslizándose en los taxis; luces de edificios altos y bajos
empiezan a parpadear. Desde un bar en un callejón
viene el aplauso al final de un tema. Después de todo,
tanto ruido en el momento en que la mayoría duerme,
es como si la semana llegara al fin a su clímax.
De hecho, llega el colectivo rápido a la parada.
La noche ahora es profunda pero gris, no tinta oscura.
Y al volver a la escuela, en el bosque al lado del camino
veo incluso a dos chicos caminar abrazados.

Xiao Kaiyu (Sichuan, 1960)
Versión de Miguel Angel Petrecca

Foto: Xiao Kaiyu DianMo, Leipzig

lunes, octubre 26, 2009

Jorge Calvetti / Descreimiento


Yo no he querido a nadie en el mundo

Yo no he querido a nadie en el mundo
ni he cuidado con amor una esperanza.
He derivado mi destino ante el funesto esplendor de las palabras
y soy el testigo de mi desdén por los firmes destellos de la vida.
He recorrido campos,
la puna inhóspita y odiada
con pájaros que viven la libertad
y gentes de alma silenciosa.
He visto allí caballos buscando la sombra mísera del cacto
y perros durmiendo a la sombra de un caballo.
He respirado el aire sucio de las ciudades
y he aborrecido el día que me dio luz para mirar los hombres engañados.
He vivido en las noches borrosos gabinetes
con espejos que muestran el pasado y el dolor de todos los hombres;
en ellos he mirado con obcecación y sin lástima
el latido horrible de mis sienes,
mi dolorosa imagen de hombre sin tiempo para llorar su descreimiento.
Yo no he mirado la cosas con cariño.
Soy el testigo de mi desdén
por los vanos destellos de la vida.
Sólo sé de la muerte que ordena las figuras
que mueven mareas ocultas en el corazón
y me entrega palabras que yo digo en las noches
para borrar el mundo del sueño de los hombres.

Jorge Calvetti (San Salvador de Jujuy, 1916-Buenos Aires, 2002), Los mejores poemas de la poesía argentina, selección y notas de Martini Real, Corregidor, Buenos Aires, 1974

De Calvetti en este blog:
Bar La Cristina

sábado, octubre 24, 2009

Edgar Bayley / De "El día", 3



Por esta noche

hasta cuándo continuaremos lo decía con tono más
bien cómico no había
podido decidir nada
esa tarde no era la apropiada era
La menor de todas
oh si hubiese ocurrido antes
entre peces entre flores esas
informaciones las recibirá Ud. a su debido tiempo
lo decía con tono de ir a buscar
volver con ella volver a
allí una visita breve unos días
nada más veré
al encargado lo decía con un tono más
y cuando entramos a su casa a su departamento
es muy pequeño lo decía con
y cuando entramos una visita
muy corta me gusta
estar aquí mira
qué cosa todos Uds.
me gustaron siempre mucho
todas todos
no digo que
pero en este instante
por esta noche


Ojeada retrospectiva

a mediado del siglo pasado viajó a parís
no puedo explicártelo por teléfono
viajó a parís
el zar nicolás II le envió un reloj de oro
y la reina victoria una medalla
descansaba sobre un montón
¿entra ud.?
a mediados de este siglo en cambio
sobran explicaciones de lo ocurrido
en vastos resplandecientes diminutos horribles escenarios

Edgar Bayley (Buenos Aires, 1919- 1990), El día, Ediciones del Mediodía, Buenos Aires, 1968

Ilustración: Ohhh... Alright..., Roy Lichtenstein, 1964

viernes, octubre 23, 2009

Edgar Bayley / De "El día", 2


Volver a empezar

No es para tanto. Te ayudaré. Recoge los granos de maíz.
Los cantos rodados. Las cartas, aquel pañuelo rojo,
la hoja del diario atrasado donde se ofrece un empleo,
un poco de arena o de tierra, la cuenta del hotel y la maleta
desfondada. Te has quedado mucho tiempo de pie, sin tocar
el timbre. Eso es todo.

Edgar Bayley (Buenos Aires, 1919- 1990), El día, Ediciones del Mediodía, Buenos Aires, 1968

Ilustración: Antonio Seguí antonio-seguí.com

Otros poemas de Bayley en este blog:
Vacaciones
El hombre moderno
Es infinita esta riqueza abandonada

jueves, octubre 22, 2009

Leopoldo Lugones / Anacreonte


La vejez de Anacreonte

A Ponciano Vivanco

La tarde coronábale de rosas.
Sus dulces versos, en divino coro,
Se iban flotando como polen de oro
Sobre las alas de invisibles mariposas.

Componían los mimos suaves glosas,
Mujía blandamente el mar sonoro,
Como si fuera un descornado toro
Uncido a la cuadriga de las diosas.

Y más rosas llovieron; y la frente
Del poeta inclinóse dulcemente,
Y un calor juvenil flotó en sus venas.

Sintió llenos de flores los cabellos,
Las temblorosas manos hundió en ellos...
Y en vez de rosas encontró azucenas.

Leopoldo Lugones (Villa María del Río Seco, 1874-Tigre, 1938), Los crepúsculos del jardín [1905], Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1980

De Lugones en este blog:
Segundo violín

Ver también:
Antología votada de la poesía argentina
Modernismo

Ilustración: Anacreonte, Baco y Amor, Jean Léon Gérôme, 1848

miércoles, octubre 21, 2009

Noé Jitrik / de "Cálculo equivocado"


La mano

La mano
tiene cierta gracia
o elegancia es lo mismo
cuando atraviesa las nubes
como solían hacer los dioses
o cuando dirige
una orquesta
un maestro de maestros
o cuando un bisturí
viene en ayuda
de un pesaroso enfermo
pero mucho más cuando se posa
y pasa por la frente
de quien sin decir nada
necesita su roce
cuanto más suave mejor
cuanto más firme
más cerca

de una mano así
puede decirse
que toca el absoluto
es lo más parecido que hay
al absoluto.


Pulmón

La respiración
es un tema
importante
si falta
o se entrecorta
el diálogo sufre
el pulmón pide
en vano
el ritmo perdido
y en sus lóbulos
se pierde
el paso del mundo
lo que de él espera
un huérfano
corazón.

Noé Jitrik (Buenos Aires, 1928), "Anatomías", Cálculo equivocado. Poemas 1983-2008, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2009

Foto: Jitrik Secretaría de Cultura, Presidencia de la Nación, Argentina

martes, octubre 20, 2009

Amelia Biagioni / De "Las cacerías", 2



Laguna Salvia - Tercer Miliario - Año 67

Yo Pablo anciano
derramado en epístolas.
en esta roja mañana de Apóstol,
en Occidente y con los ojos hacia Oriente
junto a la humanidad que es Escritura y una,
con la voz y el instante
que Roma con sus lictores me concede
en tu lengua mía de hebreo
          la que en el llano de Damasco
                  ¡Scha-ul! ¡Scha-ul!
          mudó la forma y el sentido
                  de mi persecución,
con temblor de edad y de júbilo
altas las manos encadenadas
y al pie de la degollación,
te agradezco este sello victorioso
esta dura muerte de amor
que se agrega a la tuya,
Cristo
Verdad
Resurrección
que me apresaste y me viviste.

Amelia Biagioni (Gálvez, Argentina, 1916 - Buenos Aires, 2000), "Las cacerías", 1976, Poesía completa, edición de Valeria Melchiorre, Adriana Hidalgo Editora, Buenos Aires, 2009

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Ilustración: Imagen de San Pablo, catacumba de Santa Tecla, Roma, siglo IV Chiesa Espresso Online

De Biagioni en este blog
Mi sombra...

lunes, octubre 19, 2009

Marianne Moore / Color prismático



En los días de color prismático

no en los días de Adán y Eva, sino cuando Adán
estaba solo; cuando no había humo y el color era
fino, no con el refinamiento
del arte primitivo, sino a causa
de su originalidad; sin nada que la modificara salvo la

niebla que subía, la oblicuidad era una varia-
ción de la perpendicular, simple de ver y
de explicar: ya no
lo es, ni tampoco la banda de incandescencia
azul-roja-amarilla, que era el color, conserva sus franjas; también es
una de

esas cosas en las que mucho de peculiar puede
leerse: la complejidad no es un crimen, pero llévenla
hasta el punto de lo
sombrío y nada es simple. Más aún,
la complejidad que se ha comprometido con la oscuridad, en vez de
reconocerse a sí misma

como la pestilencia que es, gira en torno
como para aturdirnos con la funesta
falacia de que la insistencia
es la medida del logro y de que toda
verdad debe ser oscura. Principalmente garganta, la sofisticación está
donde

siempre ha estado -en las antípodas de las grandes
verdades iniciales. "Una parte se arrastraba, otra parte
estaba a punto de arrastrarse, el resto
estaba aletargado en su cubil." En el avance espasmódico
de piernas cortas, en el gorgoteo y todas las trivialidades -tenemos
la clásica

multitud de pies. ¡Con qué propósito! La verdad no es Apolo
Belvedere, ni algo formal. La ola puede pasarle por encima si
quiere
Sepan que estará allí cuando dice:
"Estaré allí cuando la ola haya pasado".

Marianne Moore (Kirkwood, Missouri, 1887-Nueva York, 1972), El reparador de agujas de campanario y otros poemas, selección y traducción de Mirta Rosenberg y Hugo Padeletti, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1988


In the days of prismatic color
not in the days of Adam and Eve but when Adam / was alone; when there was no smoke and color was / fine, not with the finement/ of early civilization art, but because/ of its originality; with nothing to modify it but the // mist that went up, obliqueness was a varia- / tion of the perpendicular, plain to see and / to account for : it is no / longer that; nor did the blue red yellow band / of incandescence that was color, keep its ftripe: it also is one of / / those things into which much that is peculiar can be / read; complexity is not a crime but carry / it to the point of murkiness / and nothing is plain. Complexity, / moreover, that has been committed to darkness, instead of // granting itself to be the pestilence that it is, moves all a- / bout as if to bewilder with the dismal / fallacy that insistence / is the measure of achievement and that all / truth must be dark. Principally throat, sophistication is as it al-/ / ways has been -at the antipodes from the init- / ial great truths. "Part of it was crawling, part of it / was about to crawl, the rest / was torpid in its lair." In the short legged, fit-/ful advance, the gurgling and all the minutise -we have the classic / multitude of feet. To what purpose! Truth is no Apollo / Belvedere, no formal thing. The wave may go over it if it likes. / Know that it will be there when it says: / "I shall be there when the wave has gone by."

Complete Poems, Macmillian Publishing Co. / Penguin Books, NY, 1994

Ilustración: Katsushika Hokusai (1760-1849), Bote de carga y ola

domingo, octubre 18, 2009

Olga Orozco / Sopa


Señora tomando sopa

Detrás del vaho blanco está la orden, la invitación o el ruego,
cada uno encendiendo sus señales,
centellando a lo lejos con las joyas de la tentación o el rayo del peligro.
Era una gran ventaja trocar un sorbo hirviente por un reino,
por una pluma azul, por la belleza, por una historia llena de luciérnagas.
Pero la niña terca no quiere traficar con su horrible alimento:
rechaza los sobornos del potaje apretando los dientes.
Desde el fondo del plato asciende en remolinos oscuros la condena:
se quedará sin fiesta, sin amor, sin abrigo,
y sola en los más negro de algún bosque invernal donde aúllan los lobos
y donde no es posible encontrar la salida.

Ahora que no hay nadie,
pienso que las cucharas quizá se hicieron remos para llegar muy lejos.
Se llevaron a todos, tal vez, uno por uno,
hasta el último invierno, hasta la otra orilla.
Acaso estén reunidos viendo a la solitaria comensal del olvido,
la que traga este fuego,
esta sopa de arena, esta sopa de abrojos, esta sopa de hormigas,
nada más que por puro acatamiento,
para que cada sorbo la proteja con los rigores de la penitencia,
como si fuera tiempo todavía,
como si atrás del humo estuviera la orden, la invitación, el ruego.

Olga Orozco (Toay, 1920-Buenos Aires, 1999), "Con esta boca, en este mundo", 1994, El jardín posible. Selección y prólogo de Marisa Negri, Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2009

Ilustración: Portada de la antología de Ediciones en Danza. Olga Orozco, La Alhambra, 1961; retrato de la autora procesado por Pablo Runa.

Otros poemas de Orozco en este blog:
Mujer en su ventana
Para hacer un talismán / Quiero pensar que no eras la cría repudiada...

sábado, octubre 17, 2009

Pier Paolo Pasolini / "Las cenizas de Gramsci", 8 (El llanto de la excavadora, V y VI)


El llanto de la excavadora

V

Un poco de paz basta para revelar
dentro del corazón la angustia,
límpida, como el fondo del mar

en un día de sol. Reconoces,
sin probarlo, el mal
allí, en tu cama, pecho, muslos

y pies abandonados, cual
un crucificado -o cual Noé
ebrio, que sueña, ingenuamente ignaro

de la alegría de los hijos, que
sobre él, fuertes, puros, se divierten...
el día está ya sobre ti,

en el cuarto como un león durmiente.

¿En qué calles el corazón
se encuentra, pleno, perfecto aun en esta
mescolanza de beatitud y dolor?

Un poco de paz... Y en ti despierta
está la guerra, está Dios. Se distienden
apenas las pasiones, se cierra la fresca

herida apenas, que ya tú derrochas
el alma, que parecía gastada,
en acciones de sueño que no rinden

nada... Aquí estás, inflamado
de esperanza -que, viejo león
apestando a vodka, por su ofendida

Rusia, jura Krushev al mundo,
en tanto tú te das cuenta de que sueñas-.
Parecen arder en el feliz agosto

de paz, cada pasión tuya, cada
interior tormento,
cada ingenua vergüenza

de no estar -en sentimiento-
en el punto donde el mundo se renueva.
Más bien, ese nuevo soplo de viento

te empuja de nuevo adonde
todo viento cesa: y allí el tumor
que se recrea encuentra

el viejo crisol de amor,
el sentido, el espanto, la alegría.
Y en ese mismo sopor

está la luz... en la inconsciencia
de infante, de animal, de libertino ingenuo,
está la pureza... los más heroicos

furores en esa fuga, el más divino
sentimiento en ese bajo acto humano
consumado en el sueño matutino.


VI

En la resolana abandonada
del sol matutino -que ya vuelve
a arder, sobre los tinglados, sobre

armazones de hierro -desesperadas
vibraciones rascan el silencio
que perdidamente sabe a vieja leche,

a placitas vacías, a inocencia-.
Ya casi las siete, la vibración
crece con el sol. Pobre presencia

de una docena de ancianos operarios,
con los harapos y las remeras quemadas
de sudor, cuyas raras voces,

cuyas luchas contra los esparcidos
bloques de barro, las coladas de tierra,
parecen deshacerse en ese temblor.

Pero entre los estampidos tercos
de la máquina, que ciega parece,
ciega quiebra, ciega aferra,

como si no tuviera meta,
un alarido imprevisto, humano,
nace, y de a ratos se repite,

tan loco de dolor que, humano,
de pronto no parece y vuelve
a ser muerta estridencia. Después,

despacio renace en la luz violenta,
entre edificios ardientes, nuevos, iguales,
alarido que sólo en el último instante

puede lanzar alguien que muere
en este sol cruel que resplandece, ya
dulcificado por un poco de aire de mar...

Gritando está, desgarrada
por meses y años de matutinos
sudores -acompañada

por la muda cuadrilla de sus picapedreros-,
la vieja excavadora: pero, al lado, la fresca
excavación convulsa, o, en el breve confín

del horizonte del Novecientos,
todo el barrio... Es la ciudad,
sumergida en un claror de fiesta

-es el mundo-. Llora lo que tiene
fin y recomienza. Lo que era
área herbosa, abierto espacio y se hace

patio, blanco como cera,
cerrado en un decoro que es rencor;
lo que era casi una vieja feria

de frescos muros sesgados al sol,
y se vuelve nuevo aislamiento, bullente
en un orden que es apagado dolor.

Llora lo que cambia, aun
para hacerse mejor. La luz
del futuro no cesa de herirnos

ni un instante: está aquí, arde
en cada uno de nuestros actos cotidianos,
angustia aun en la confianza

que nos da vida, en el ímpetu gobettiano *
hacia estos obreros, que mudos alzan
en la barriada del otro frente humano

su rojo trapo de esperanza.

Pier Paolo Pasolini (Bolonia, 1922-Ostia, 1975), Le ceneri di Gramsci, 1957
Versión de J. Aulicino


* Piero Gobetti (1901-1926), abogado, periodista y militante antifascista, próximo al movimiento sindical y a las ideas de Antonio Gramsci; autor del ensayo político La revolución liberal. Fue apaleado por fascistas y murió a los pocos meses exiliado en París.


Il pianto della scavatrice
V
Un po' di pace basta a rivelare / dentro il cuore l'angoscia, /limpida, come il fondo del mare // in un giorno di sole. Ne riconosci, / senza provarlo, il male / lì, nel tuo letto, petto, cosce // e piedi abbandonati, quale / un crocifisso - o quale Noè / ubriaco, che sogna, / ingenuamente ignaro // dell'allegria dei figli, che / su lui, i forti, i puri, si divertono... / il giorno è ormai su di te, // nella stanza come un leone dormente. // Per quali strade il cuore / si trova pieno, perfetto anche in questa / mescolanza di beatitudine e dolore? // Un po' di pace... E in te ridesta / è la guerra, è Dio. Si distendono / appena le passioni, si chiude la fresca // ferita appena, che già tu spendi / l'anima, che pareva tutta spesa, / in azioni di sogno che non rendono / / niente... Ecco, se acceso / alla speranza - che, vecchio leone puzzolente di vodka, dall'offesa // sua Russia giura Krusciov al mondo - / ecco che tu ti accorgi che sogni. / Sembra bruciare nel felice agosto // di pace, ogni tua passione, ogni tuo interiore tormento, / ogni tua ingenua vergogna // di non essere - nel sentimento - / al punto in cui il mondo si rinnova. / Anzi, quel nuovo soffio di vento // ti ricaccia indietro, dove ogni vento cade: e lì, tumore / che si ricrea, ritrovi // il vecchio crogiolo d'amore, / il senso, lo spavento, la gioia. / E proprio in quel sopore // è la luce... in quella incoscienza / d'infante, d'animale o ingenuo libertino / è la purezza... i più eroici // furori in quella fuga, il più divino sentimento in quel basso atto umano / consumato nel sonno mattutino.

VI
Nella vampa abbandonata / del sole mattutino - che riarde, / ormai, radendo i cantieri, sugli infissi // riscaldati - disperate / vibrazioni raschiano il silenzio / che perdutamente sa di vecchio latte, // di piazzette vuote, d'innocenza. / Già almeno dalle sette, quel vibrare / cresce col sole. Povera presenza // d'una dozzina d'anziani operai, / con gli stracci e le canottiere arsi / dal sudore, le cui voci rare, // le cui lotte contro gli sparsi / blocchi di fango, le colate di terra, / sembrano in quel tremito disfarsi. // Ma tra gli scoppi testardi della / benna, che cieca sembra, cieca / sgretola, cieca afferra, // quasi non avesse meta, / un urlo improvviso, umano, / nasce, e a tratti si ripete, // così pazzo di dolore, che, umano, / subito non sembra più, e ridiventa / morto stridore. Poi, piano, // rinasce, nella luce violenta, / tra i palazzi accecati, nuovo, uguale, / urlo che solo chi è morente, // nell'ultimo istante, può gettare / in questo sole che crudele ancora splende / già addolcito da un po' d'aria di mare... // A gridare è, straziata / da mesi e anni di mattutini / sudori - accompagnata // dal muto stuolo dei suoi scalpellini, / la vecchia scavatrice: ma, insieme, il fresco / sterro sconvolto, o, nel breve confine // dell'orizzonte novecentesco, / tutto il quartiere... È la città, / sprofondata in un chiarore di festa, // - è il mondo. Piange ciò che ha fine e ricomincia. Ciò che era / area erbosa, aperto spiazzo, e si fa // cortile, bianco come cera, / chiuso in un decoro ch'è rancore; / ciò che era quasi una vecchia fiera // di freschi intonachi sghembi al sole, / e si fa nuovo isolato, brulicante / in un ordine ch'è spento dolore. // Piange ciò che muta, anche / per farsi migliore. La luce / del futuro non cessa un solo istante // di ferirci: è qui, che brucia / in ogni nostro atto quotidiano, / angoscia anche nella fiducia // che ci dà vita, nell'impeto gobettiano / verso questi operai, che muti innalzano, / nel rione dell'altro fronte umano, // il loro rosso straccio di speranza.

La piú grande antologia della poesia italiana

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Foto: María Callas y Pasolini, durante el rodaje de Medea, 1969

viernes, octubre 16, 2009

Pier Paolo Pasolini / "Las cenizas de Gramsci", 7 (El llanto de la excavadora, IV)


El llanto de la excavadora

IV

Me aprieta contra su vieja pelambre
que perfuma a bosque, y me pone
el hocico con sus colmillos de verraco,

o errante oso de aliento de rosa,
sobre la boca: y a mi alrededor el cuarto
es un calvero, la colcha corroída

por los últimos sudores juveniles danza
como una nube de polen... Y de hecho
voy por un camino que avanza

entre los primeros prados primaverales,
desleídos en una luz de paraíso...
Transportado por la onda de los pasos,

esta que dejo a mis espaldas, leve y mísero,
no es la periferia de Roma: "¡Viva
México!" está escrito en cal o grabado

sobre ruinas de templos, tapias en las esquinas,
decrépitas, ligeras como hueso, en los confines
de un ardiente cielo sin un escalofrío.

He allí, en la cima de una colina
entre las ondulaciones, mezcladas con las nubes,
de una vieja cadena apenínica,

la ciudad, medio vacía, aunque es la hora
de la mañana en que van las mujeres
al mercado, o vespertina, que dora

a los chicos que corren hacia las madres
en los patios de la escuela.
De un gran silencio son las calles invadidas:

se pierden inconexos los empedrados,
viejos como el tiempo, grises como el tiempo,
y dos largos cordones de piedra

corren a lo largo, pulidos y apagados.
Alguien, en ese silencio, se mueve:
alguna vieja, algún muchachito

perdido en sus pequeños juegos, allá donde
los portales de un dulce Mil Quinientos
se abren serenos, o un abrevadero

con bestezuelas taraceadas nutre
sobre los bordes la pobre hierba,
en un cruce o rincón olvidado.

Se abre sobre la cima de la colina la yerma
plaza de la comuna, y entre casa
y casa, más allá de una tapia, y el verde

de un gran castaño, se ve
el espacio del valle: pero no el valle.
Un espacio que tremola celeste

o apenas pálido... Pero el paseo continúa,
más allá de esa familiar placita
suspendida del cielo apenínico:

se interna entre casas apretadas, desciende
un poco a mitad de la cuesta: y más abajo
-cuando las barrocas casitas merman-,

allí aparece el valle -y el desierto-.
Todavía algún paso más
hacia la curva, donde el camino

va entre desnudos campitos escarpados.
A la izquierda, contra la pendiente,
como si la iglesia se hubiese derrumbado,

se alza atestado de frescos, azules,
rojos, un ábside, cargado de volutas
a lo largo de las cerradas cicatrices

del temblor -del que solo ella,
la caparazón inmensa quedó intacta
para abrirse toda contra el cielo-.

Allí, pasando el valle, el desierto,
comienza a soplar un aire leve, desesperado,
que incendia de dulzura la piel...

Es como los olores que, desde los campos
bañados de frescura o desde las orillas de un río,
soplan sobre la ciudad en los primeros

días del buen tiempo: y tú
no los reconoces, y loco
casi de dolor, buscas entender

si son de fuego encendido sobre escarcha,
o bien de uvas o nísperos perdidos
en algún granero entibiado

por el sol de una estupenda mañana.
Yo grito de alegría, así herido,
en el fondo de los pulmones por el aire

que como una luz o una tibieza
respiro mirando todo el valle.


Pier Paolo Pasolini (Bolonia, 1922 - Ostia, 1975), Le ceneri di Gramsci, 1957
Versión de J. Aulicino

Il pianto della scavatrice
IV
Mi stringe contro il suo vecchio vello, / che profuma di bosco, e mi posa / il muso con le sue zanne di verro // o errante orso dal fiato di rosa, / sulla bocca: e intorno a me la stanza /è una radura, la coltre corrosa // dagli ultimi sudori giovanili, danza / come un velame di pollini... E infatti / cammino per una strada che avanza // tra i primi prati primaverili, sfatti / in una luce di paradiso... / Trasportato dall'onda dei passi, // questa che lascio alle spalle, lieve e misero, / non è la periferia di Roma: "Viva / Mexico!" è scritto a calce o inciso // sui ruderi dei templi, sui muretti ai bivii, / decrepiti, leggeri come osso, ai confini / di un bruciante cielo senza un brivido. // Ecco, in cima a una collina / fra le ondulazioni, miste alle nubi, / di una vecchia catena appenninica, // la città, mezza vuota, benché sia l'ora / della mattina, quando vanno le donne / alla spesa - o del vespro che indora // i bambini che corrono con le mamme / fuori dai cortili della scuola. /Da un gran silenzio le strade sono invase: // si perdono i selciati un po' sconnessi, / vecchi come il tempo, grigi come il tempo, / e due lunghi listoni di pietra // corrono lungo le strade, lucidi e spenti. / Qualcuno, in quel silenzio, si muove: / qualche vecchia, qualche ragazzetto // perduto nei suoi giuochi, dove / i portali di un dolce Cinquecento / s'aprano sereni, o un pozzetto // con bestioline intarsiate sui bordi / posi sopra la povera erba, / in qualche bivio o canto dimenticato. // Si apre sulla cima del colle l'erma / piazza del comune, e fra casa / e casa, oltre un muretto, e il verde // d'un grande castagno, si vede / lo spazio della valle: ma non la valle. / Uno spazio che tremola celeste // o appena cereo... Ma il Corso continua, / oltre quella familiare piazzetta / sospesa nel cielo appenninico: // s'interna fra case più strette, scende / un po' a mezza costa: e più in basso / - quando le barocche casette diradano // ecco apparire la valle - e il deserto. / Ancora solo qualche passo / verso la svolta, dove la strada // è già tra nudi praticelli erti / e ricciuti. A manca, contro il pendio, / quasi fosse crollata la chiesa, // si alza gremita di affreschi, azzurri, / rossi, un'abside, pesta di volute / lungo le cancellate cicatrici // del crollo - da cui soltanto essa, / l'immensa conchiglia, sia rimasta / a spalancarsi contro il cielo. // È lì, da oltre la valle, dal deserto, / che prende a soffiare un'aria, lieve, disperata, / che incendia la pelle di dolcezza... // È come quegli odori che, dai campi / bagnati di fresco, o dalle rive di un fiume, / soffiano sulla città nei primi // giorni di bel tempo: e tu / non li riconosci, ma impazzito / quasi di rimpianto, cerchi di capire // se siano di un fuoco acceso sulla brina, / oppure di uve o nespole perdute / in qualche granaio intiepidito // dal sole della stupenda mattina. / Io grido di gioia, così ferito / in fondo ai polmoni da quell'aria // che come un tepore o una luce / respiro guardando la vallata

jueves, octubre 15, 2009

Pier Paolo Pasolini / "Las cenizas de Gramsci", 6 (El llanto de la excavadora, II y III)


El llanto de la excavadora

II

Pobre como un gato del Coliseo,
vivía en un arrabal todo cal
y polvareda, lejos de la ciudad

y del campo, apretado cada día
en un omnibus agonizante:
y cada ida, cada regreso

era un calvario de sudor y de ansias.
Largas caminatas en una calina calurosa,
largos crepúsculos delante de papeles

amontonados sobre la mesa, calles de barro,
tapias, casillas bañadas de cal,
y sin marcos, con cortinas por puertas...

Pasan el aceitunero, el botellero,
viniendo de algún otro suburbio,
con la polvorienta mercancía que parece

fruto del robo, y una facha cruel
de jóvenes envejecidos por los vicios
de quien tiene una madre dura y hambrienta.

Renovado por el mundo nuevo,
libre - una llama, un aliento
que no sé decir, a la realidad

que humilde y sucia, confusa e inmensa,
hervía en la periferia meridional,
daba un sentido de serena piedad-.

Un alma en mí, que no era sólo mía,
un alma pequeña en ese mundo sin límite,
crecía, nutrida de la alegría

de quien amaba, aun sin ser amado.
Y todo se iluminaba de este amor.
Tal vez todavía de muchacho, heroicamente

y sin embargo maduro en la experiencia
que nacía a los pies de la historia.
Estaba en el centro del mundo en ese mundo

de suburbios tristes, beduinos,
de terrenos amarillos pulidos
siempre por un viento sin paz,

viniese del mar caliente de Fiumicino,
o del campo, donde se perdía
la ciudad entre los tugurios; en ese mundo

que sólo podía dominar,
cuadrado espectro amarillento
en la amarillenta neblina,

agujereado de miles de filas iguales
de ventanas enrejadas, la Penitenciaría
entre viejos campos y caseríos soporizados.

Los papeles y el polvo que la ciega
ventolera trajinaba de aquí para allá,
las pobres voces sin eco

de mujercitas venidas de los montes
Sabinos, del Adriático, y aquí
acampadas ahora con turbas

de enfermizos y duros chiquilines
estridentes con remeras rotas,
en grises, quemados calzoncillos,

los soles africanos, las lluvias febriles
que convertían en torrentes de barro
las calles, los micros en la terminal,

estacionados en su esquina
entre una última faja de hierba blanca
y algún ácido basural en llamas...

era el centro del mundo, y era
el centro de la historia mi amor
por aquello: y en esta

madurez que por ser naciente
era todavía amor, todo estaba
por volverse claro -¡era

claro!- Aquel barrio desnudo al viento,
no romano, no meridional,
no obrero, era la vida

en su luz más actual:
vida, y luz de la vida, plena
en el caos aún no proletario,

como lo quiere el rústico periódico
de la célula, la última
tapa del semanario: hueso

de la existencia cotidiana,
pura, por ser hasta demasiado
próxima, absoluta por ser

demasiado míseramente humana.


III

Y ahora regreso, rico de aquellos años
tan nuevos que no habría nunca pensado
que los sabría viejos en un alma

de ellos lejana, como de todo pasado.
Subo los paseos del Gianicolo, me paro
en un cruce liberty, en una larga arboleda,

en un pedazo de muro -ya al término
de la ciudad sobre la ondulada llanura
que se abre sobre el mar-. Y renace

en el alma -inerte y oscura
como la noche abandonada al perfume-
una simiente ya muy madura

par dar todavía fruto, en el cúmulo
de una vida que se ha vuelto cansada y amarga...
He aquí Villa Pamphili *, y en la luz

que tranquila reverbera
sobre los nuevos muros, la calle donde vivo.
Cerca de mi casa, sobre una hierba

reducida a una oscura baba,
un rastro sobre las zanjas recién excavadas,
en la toba -caída toda rabia

destructora-, rampante contra ralos edificios
y pedazos de cielo, inanimada,
una excavadora...

¿Qué pena me invade delante de estas herramientas
supinas, esparcidas aquí y allá en el fango,
delante de esta lona roja

que pende de un caballete, en la esquina
en la que la noche parece más triste?
¿Por qué, ante esta apagada mancha de sangre

mi consciencia tan ciegamente resiste,
se arrincona, casi por un obsesivo
remordimiento que toda, en el fondo, la acongoja?

¿Por qué dentro de mí este sentimiento
de jornadas para siempre inobservadas
que son como el muerto firmamento
en el que blanquea esta excavadora?

Me desvisto en una de las mil habitaciones
donde se duerme en la calle Fonteiana.
En todo puedes excavar, tiempo: esperanzas,

pasiones. Pero no sobre estas formas
puras de la vida... Se reduce
a ellas el hombre, cuando son rebasadas

experiencia y confianza
en el mundo... ¡Ah días de Rebibbia **
que yo creía perdidos en una luz
de necesidad, y ahora sé tan libres!

Junto al corazón, entonces, por díficiles
casos que lo habían desviado
del camino hacia un destino humano,

ganando en ardor la claridad
negada, y en ingenuidad
el negado equilibrio -a la claridad

al equilibrio llegaba todavía,
en esos días, la mente-. Y el ciego
duelo, signo de toda mi lucha

con el mundo, rechazaba, así,
adultas aunque inexpertas ideologías...
Se hacía, el mundo, sujeto

no tanto de misterio como de historia.
Se multiplicaba por mil la dicha
de conocerlo -como

cada hombre, humildemente, lo conoce-.
Marx o Gobetti, Gramsci o Croce,
estuvieron vivos en la viva experiencia.

Cambió la materia de un decenio de oscura
vocación, se me gastó en hacer claro aquello
que más parecía ser ideal figura

de una ideal generación;
en cada página, en cada línea
que escribí, en el exilio de Rebibbia,

tenía aquel fervor, aquella presunción,
aquella gratitud. Nuevo
en mi nueva condición

de viejo trabajo y de vieja miseria,
los pocos amigos que llegaban
a mí, en las mañanas o las noches

olvidadas sobre la Penitenciaría,
me vieron dentro de una luz viva:
afable, violento revolucionario
en el corazón y la lengua. Un hombre florecía.


Pier Paolo Pasolini (Bolonia, 1922-Ostia, 1975), Le ceneri di Gramsci, 1957
Versión de J. Aulicino



* Zona actualmente de uno de lo más importantes parques de Roma, en torno al antiguo palacio de Dora Pamphili.
** Area suburbana en la zona nordeste de Roma, sede de una prisión. Pasolini la describe, hacia 1950, en el canto II de este poema.


Il pianto della scavatrice
II
Povero come un gatto del Colosseo,/ vivevo in una borgata tutta calce /e polverone, lontano dalla città //e dalla campagna, stretto ogni giorno /in un autobus rantolante: /e ogni andata, ogni ritorno // era un calvario di sudore e di ansie./ Lunghe camminate in una calda caligine,/l unghi crepuscoli davanti alle carte//ammucchiate sul tavolo, tra strade di fango,/ muriccioli, casette bagnate di calce /e senza infissi, con tende per porte...// Passano l'olivaio, lo straccivendolo, /venendo da qualche altra borgata, /con l'impolverata merce che pareva //frutto di furto, e una faccia crudele / di giovani invecchiati tra i vizi / di chi ha una madre dura e affamata. // Rinnovato dal mondo nuovo,/ libero - una vampa, un fiato / che non so dire, alla realtà //che umile e sporca, confusa e immensa,/ brulicava nella meridionale periferia, / dava un senso di serena pietà. // Un'anima in me, che non era solo mia,/ una piccola anima in quel mondo sconfinato,/ cresceva, nutrita dall'allegria // di chi amava, anche se non riamato./ E tutto si illuminava, a questo amore. / Forse ancora di ragazzo, eroicamente,// e però maturato dall'esperienza / che nasceva ai piedi della storia. / Ero al centro del mondo, in quel mondo // di borgate tristi, beduine, / di gialle praterie sfregate / da un vento sempre senza pace, // venisse dal caldo mare di Fiumicino, /o dall'agro, dove si perdeva/ la città fra i tuguri; in quel mondo //che poteva soltanto dominare,/ quadrato spettro giallognolo/ nella giallognola foschia, // bucato da mille file uguali/ di finestre sbarrate, il Penitenziario /tra vecchi campi e sopiti casali. // Le cartacce e la polvere che cieco// il venticello trascinava qua e là,/ le povere voci senza eco // di donnette venute dai monti/ Sabini, dall'Adriatico, e qua / accampate ormai con torme // di deperiti e duri ragazzini/ stridenti nelle canottiere a pezzi,/ nei grigi, bruciati calzoncini,// i soli africani, le piogge agitate/che rendevano torrenti di fango / le strade, gli autobus ai capolinea // affondati nel loro angolo / tra un'ultima striscia d'erba bianca / e qualche acido, ardente immondezzaio... // era il centro del mondo, com'era / al centro della storia il mio amore /per esso: e in questa // maturità che per essere nascente/era ancora amore, tutto era/ per divenire chiaro - era,// chiaro! Quel borgo nudo al vento,/ non romano, non meridionale,/ non operaio, era la vita // nella sua luce più attuale:/ vita, e luce della vita, piena/ nel caos non ancora proletario,// come la vuole il rozzo giornale/ della cellula, l'ultimo/ sventolio del rotocalco: quotidiana, / pura, per essere fin troppo / prossima, assoluta per essere//fin troppo miseramente umana.


III
E ora rincaso, ricco di quegli anni / così nuovi che non avrei mai pensato / di saperli vecchi in un'anima // a essi lontana, come a ogni passato. / Salgo i viali del Gianicolo, fermo / da un bivio liberty, a un largo alberato, // a un troncone di mura - ormai al termine / della città sull'ondulata pianura / che si apre sul mare. E mi rigermina // nell'anima - inerte e scura / come la notte abbandonata al profumo / una semenza ormai troppo matura // per dare ancora frutto, nel cumulo / di una vita tornata stanca e acerba... // Ecco Villa Pamphili, e nel lume // che tranquillo riverbera / sui nuovi muri, la via dove abito. / Presso la mia casa, su un'erba // ridotta a un'oscura bava, / una traccia sulle voragini scavate / di fresco, nel tufo - caduta ogni rabbia // di distruzione - rampa contro radi palazzi / e pezzi di cielo, inanimata, / una scavatrice... // Che pena m'invade, davanti a questi / attrezzi supini, sparsi qua e là nel fango, / davanti a questo canovaccio rosso // che pende a un cavalletto, nell'angolo / dove la notte sembra più triste? / Perché, a questa spenta tinta di sangue, // la mia coscienza così ciecamente resiste, / si nasconde, quasi per un ossesso / rimorso che tutta, nel fondo, la contrista? // Perché dentro in me è lo stesso senso / di giornate per sempre inadempite / che è nel morto firmamento // in cui sbianca questa scavatrice? // Mi spoglio in una delle mille stanze / dove a via Fonteiana si dorme. / Su tutto puoi scavare, tempo: speranze // passioni. Ma non su queste forme / pure della vita... Si riduce / ad esse l'uomo, quando colme // siano esperienza e fiducia / nel mondo... Ah, giorni di Rebibbia, / che io credevo persi in una luce // di necessità, e che ora so così liberi! // Insieme al cuore, allora, pei difficili / casi che ne avevano sperduto / il corso verso un destino umano, // guadagnando in ardore la chiarezza / negata, e in ingenuità / il negato equilibrio - alla chiarezza // all'equilibrio giungeva anche, / in quei giorni, la mente. E il cieco/ rimpianto, segno di ogni mia // lotta col mondo, respingevano, ecco, / adulte benché inesperte ideologie... / Si faceva, il mondo, soggetto // non più di mistero ma di storia. / Si moltiplicava per mille la gioia / del conoscerlo - come // ogni uomo, umilmente, conosce. / Marx o Gobetti, Gramsci o Croce, / furono vivi nelle vive esperienze. // Mutò la materia di un decennio d'oscura / vocazione, se mi spesi a far chiaro ciò / che più pareva essere ideale figura // a una ideale generazione; / in ogni pagina, in ogni riga / che scrivevo, nell'esilio di Rebibbia, // c'era quel fervore, quella presunzione, / quella gratitudine. Nuovo / nella mia nuova condizione // di vecchio lavoro e di vecchia miseria, / i pochi amici che venivano / da me, nelle mattine o nelle sere // dimenticate sul Penitenziario, / mi videro dentro una luce viva: / mite, violento rivoluzionario // nel cuore e nella lingua. Un uomo fioriva

La piú grande antologia virtuale della poesia italiana

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Foto: Pasolini y su madre, Susanna Colussi, con quien vivió en sus primeros años en Roma: "Vivimos en una casa sin techo y sin revoque, una casa de pobres, en el último arrabal, cerca de una prisión", Poeta delle ceneri, Garzanti, Milán, 1993

miércoles, octubre 14, 2009

Pier Paolo Pasolini / "Las cenizas de Gramsci", 5 (El llanto de la excavadora, I)


El llanto de la excavadora

I

Solo amar, solo conocer
cuenta, no el haber amado,
el haber conocido. Angustia

vivir de un consumado
amor. El alma no crece.
Y en el calor encantado

de la noche que plena aquí abajo
entre las curvas del río y las adormecidas
visiones de la ciudad de luces esparcidas,

retumba todavía de miles de vidas,
desamor, misterio y miseria
de los sentidos, me resultan enemigas

las formas del mundo, que hasta ayer
eran mi razón de existir.
Aburrido, cansado, vuelvo por negras

plazoletas de mercados, tristes
calles cercanas al puerto fluvial,
entre barracas y almacenes mezclados

en los últimos prados. Es mortal
el silencio: pero abajo, en el paseo Marconi,
en la estación de Trastevere, parece

todavía dulce la noche. A sus barrios,
a sus arrabales, vuelven en sus motos
ligeras - en mameluco o pantalones

de trabajo, pero impulsados de festivo ardor-
los jóvenes, con compañeros detrás,
riendo, sucios. Los últimos clientes

charlan de pie con voces altas
en la noche, aquí y allá, junto a las mesitas
de los locales aún brillantes y semivacíos.

Estupenda y mísera ciudad,
que me ha enseñado aquello que alegres y feroces
los hombres aprenden de chicos,

las pequeñas cosas en que la grandeza
de la vida en paz se descubre, como
ir duros y prontos en la muchedumbre

de las calles, dirigirse a otro hombre
sin temblar, no avergonzarse
de mirar el dinero contado

con torpes dedos por el mandadero
que suda contra las fachadas a la carrera
en un color eterno de verano;

a defenderme, a atacar, a tener
el mundo delante de los ojos y no
solo en el corazón, a entender

que pocos conocen las pasiones
en las que yo he vivido:
que no me son fraternos, y son

hermanos sin embargo, justo
en el tener pasiones de hombres,
que alegres, inconscientes, enteros

viven de experiencias
ignotas para mí. Estupenda y mísera
ciudad que me ha hecho tener

experiencia de aquella vida
ignota: hasta hacerme descubrir
aquello que, en cada uno, era el mundo.

Una luna moribunda en el silencio,
que de ella vive, blanquea entre violentos
ardores, míseramente en la tierra

muda la vida, con bellos paseos, viejas
callejuelas, sin dar luz encandila
y, en todo el mundo, la reflejan allá

arriba unos pocos calientes nubarrones.
Es la noche más bella del verano.
Trastevere, en un olor de paja

de viejo establo, de vacías
hosterías, no duerme todavía.
Las esquinas oscuras, las paredes plácidas,

resuenan de encantados rumores.
Hombres y muchachos vuelven a casa
-bajo festones de luz, ya sol-,

a sus callejones que obstruyen
oscuridad e inmundicia, con el paso blando
de aquellos que me invadían el alma

cuando realmente amaba, cuando
realmente quería entender.
Y, como entonces, desaparecen cantando.


Pier Paolo Pasolini (Bolonia, 1922-Ostia, 1975), Le ceneri di Gramsci, 1957
Versión de J. Aulicino


Il pianto della scavatrice
I
Solo l'amare, solo il conoscere / conta, non l'aver amato, / non l'aver conosciuto. Dà angoscia // il vivere di un consumato / amore. L'anima non cresce più. / Ecco nel calore incantato // della notte che piena quaggiù / tra le curve del fiume e le sopite / visioni della città sparsa di luci, // scheggia ancora di mille vite, / disamore, mistero, e miseria / dei sensi, mi rendono nemiche // le forme del mondo, che fino a ieri / erano la mia ragione d'esistere. / Annoiato, stanco, rincaso, per neri // piazzali di mercati, tristi / strade intorno al porto fluviale, / tra le baracche e i magazzini misti / agli ultimi prati. Lì mortale / è il silenzio: ma giù, a viale Marconi, / alla stazione di Trastevere, appare // ancora dolce la sera. Ai loro rioni, / alle loro borgate, tornano su motori / leggeri - in tuta o coi calzoni // di lavoro, ma spinti da un festivo ardore / i giovani, coi compagni sui sellini, / ridenti, sporchi. Gli ultimi avventori // chiacchierano in piedi con voci / alte nella notte, qua e là, ai tavolini / dei locali ancora lucenti e semivuoti. // Stupenda e misera città, / che m'hai insegnato ciò che allegri e feroci / gli uomini imparano bambini, // le piccole cose in cui la grandezza / della vita in pace si scopre, come / andare duri e pronti nella ressa // delle strade, rivolgersi a un altro uomo / senza tremare, non vergognarsi / di guardare il denaro contato // con pigre dita dal fattorino / che suda contro le facciate in corsa / in un colore eterno d'estate; // a difendermi, a offendere, ad avere / il mondo davanti agli occhi e non / soltanto in cuore, a capire // che pochi conoscono le passioni / in cui io sono vissuto: / che non mi sono fraterni, eppure sono // fratelli proprio nell'avere / passioni di uomini / che allegri, inconsci, interi // vivono di esperienze / ignote a me. Stupenda e misera / città che mi hai fatto fare // esperienza di quella vita / ignota: fino a farmi scoprire / ciò che, in ognun, era il mondo. // Una luna morente nel silenzio, / che di lei vive, sbianca tra violenti / ardori, che miseramente sulla terra // muta di vita, coi bei viali, le vecchie / viuzze, senza dar luce abbagliano / e, in tutto il mondo, le riflette // lassù, un po' di calda nuvolaglia. / È la notte più bella dell'estate. / Trastevere, in un odore di paglia // di vecchie stalle, di svuotate / osterie, non dorme ancora. / Gli angoli bui, le pareti placide // risuonano d'incantati rumori. / Uomini e ragazzi se ne tornano a casa / - sotto festoni di luci ormai sole - // verso i loro vicoli, che intasano/ buio e immondizia, con quel passo blando /da cui più l'anima era invasa // quando veramente amavo, quando / veramente volevo capire. / E, come allora, scompaiono cantando.


martes, octubre 13, 2009

John Keats / Gato




Al gato de la señora Reynolds

¡Gato! que has pasado tu edad crítica,
¿Cuántas lauchas y ratas en tus días
Destruiste? ¿Cúantas golosinas robaste? Mira
Fijamente con esos brillantes lánguidos gajos verdes, y aguza
Esas aterciopeladas orejas, mas te suplico no claves
Tus ocultas garras en mí, y lanza tu suave miau
Y cuéntame todas tus refriegas de peces
Y ratones y ratas y tiernos pollitos.
No, la mirada no bajes, no pases la lengua
Por tus delicadas muñecas;
Pese a tu resuello asmático, y pese a
La punta de tu cola rebanada, y a pesar
De que más de una criada te ha dado más de un golpe,
Todavía ese pelaje es suave como cuando de joven
Entrabas a la lidia, sobre la pared con vidrios de botella.

John Keats (Londres, 1795-Roma, 1821)
Versión de J. Aulicino


To Mrs Reynolds's Cat
Cat! who hast pass’d thy grand climacteric,/ How many mice and rats hast in thy days/ Destroy’d? How many tit bits stolen? Gaze/ With those bright languid segments green, and prick/ Those velvet ears - but pr’ythee do not stick/ Thy latent talons in me - and upraise/ Thy gentle mew - and tell me all thy frays,/ Of fish and mice, and rats and tender chick./ Nay, look not down, nor lick thy dainty wrists -/ For all thy wheezy asthma - and for all/ Thy tail’s tip is nick’d off - and though the fists/ Of many a maid have given thee many a maul,/ Still is that fur as soft, as when the lists/ In youth thou enter’dest on glass bottled wall.
Representative Poetry Online- Toronto University

Ilustración: Theophile-Alexandre Steinlen, Des chats, 1900

Otros poemas de Keats en este blog:
El sueño de Nabucodonosor
Un sueño luego de leer el episodio de Dante sobre Paola y Francesca
Al ver los mármoles de Elgin 1
Al ver los mármoles de Elgin 2

domingo, octubre 11, 2009

Eugenio Montale / Nocturno




Las horas de la noche

Deberemos esperar bastante antes de que la crónica
se disfrace de historia.
Sólo entonces el vuelo de una hormiga
(el único que interesa) será de águila.
Sólo entonces el chistido del murciélago
parecerá la trompeta del Dies Irae.
El hecho es que están los sabicursantes del doctorado
y es preciso meterlos a todos en algún agujero
para echarlos después si viene lo bueno.
Desgraciadamente lo bueno (o malo) está en el congelador
y no se ve quien quiera o pueda sacarlo de ahí.
El murciélago chilla solo en el crepúsculo
de aquello que en un tiempo se llamaba el día,
pero ya no tenemos más jornadas,
somos una negra colada indivisible
que podría detenerse
o escurrirse no se sabe
con ventaja para quién.

Eugenio Montale (Génova, 1896-Milán, 1981), Quaderno di cuattro anni, Mondadori, Milán, 1977
Versión de J. Aulicino


Le ore della sera
Dovremo attendere un pezzo prima che la cronaca / si camuffi in storia. / Solo allora il volo di una formica / (il solo che interessi) sarà d'aquila / solo allora il fischio del pipistrello / ci parrà la trombetta del dies irae. / Il fatto è che ci sono i baccalaureandi / e bisogna cacciarli tutti in qualche buco/ per scacciarli poi quando verrà il bello. / Purtroppo il bello (o brutto) è in frigorifero / nè si vede chi voglia o possa trarnelo fuori. / Il pipistrello stride solo al crepuscolo / di ciò che un tempo si diceva il giorno / ma ormai non abbiamo più giornata / siamo tutti una nera colata indivisibile / che potrebbe arrestarsi / o farsi scolaticcio non si sa / con vantaggio di chi
It depends-Quaderno di cuattro anni
, New Directions, Google Books

---
Ilustración: James Abbott Mc Neill Whistler, Nocturno, 1878

sábado, octubre 10, 2009

Jude Nutter / Océano


Maya *

Y entonces el Océano —el dios que se rehúsa
a entrar, el dios sin otra cosa que hacer
que desvanecerse y reaparecer continuamente
dentro de su ropaje —quema
afuera en tu ventana, y qué simple es, viajar,
circularmente, desde la pálida masacre del agua y de regreso
a una teoría del paraíso. Allá, en el lomo de los peces,

azul a la distancia, la flota trabaja en las profundidades,
y vos sabés cómo es arrastrar algo vivo
desde atrás de la ciega cara del mundo
sólo para mirar esa cara más de cerca
una vez más frente a vos: cada día al regresar a casa

con menos de lo que poseías. Bajando a la costa
descubrís que el viento en la superficie del agua
huele a piel y a ropa blanca suavemente achatada
por la presión de una sola mano; que el océano
ha estado hablando tanto tiempo en su desembocadura con las rocas
y el vidrio, que su respiración es ruinosa y triste

como una botella vacía. Aún su piedad es una cosa terrible.
El océano convierte todo lo que posee en nada.

Pero hay días en que la luz del sol atrapada
dentro del agua convierte la delgada pared de cada ola
en una casa en llamas. Hubo un tiempo
en que pensaste que el alma estaba llena de fuego como éste;
que se mecía, como una lámpara, elevada en la oscura torre
de la carne. Y cada tumba
aquí, mira hacia el mar, y profundas
como están, en el suelo, puedes escuchar como el dios
aún forma dentro de los cascos de hueso de los muertos
su triste y terrible himno. Escucha, él canta, debes aprender
a tomarte la vida más en serio. Pero qué es

lo que debo hacer, te preguntás, para vivir de otro modo. Y la única
respuesta es un resplandor cayendo
sobre una rodilla, delimitando el pasto de la playa
en la profundidad de las dunas.


Jude Nutter (nacida en North Yorkshire, Inglaterra, residente en los Estados Unidos desde 1980), The Curator of silence, University of Notre Dame Press, 2006
Versión de Silvia Camerotto

*Creencia hindú de que el mundo es una ilusión.

Maya*
And so the ocean —the god who refuses/to enter, the god with nothing to do/ but vanish and continually reappear/ inside its own clothes —burns on/ outside your window, and how easy it is to travel,/ full circle, from the pale carnage of the water and back/ to a theory of paradise. Out in the fish-spine// blue of distance the fleet is working the grounds, /and you know what it’s like to drag something living/ up from behind the blind face of the world/ only to watch that face close over/ once again before you: every day you come home// with less than you had. Going down to the shore/ you find the wind on the surface of the water/ smells of skin and linen smoothed flat/ by the pressure of a single hand; that the ocean/ has been talking so long with the rocks and glass/ in its mouth its breathing is ruinous and blue// as an empty bottle. Even its mercy is a terrible thing./ The ocean worries everything it owns down to nothing.// But there are days when the sunlight caught/ inside the water turns the slender wall of each wave/ into a house of flame. There was a time/ you thought the soul was full of fire like this;/ that it swung, like a lantern, high in the dark tower/ of the flesh. And every grave / here faces the sea, and deep7 as they are in the soil, you can hear how the god/ still forms inside the bone helmets of the dead/ its blue and terrible hymn. Listen, it sings, you must learn /to take your lif more seriously. But what is it// I must do, you ask, to live so differently. And the only/ answer is a brightness dropping down/ on one knee, parting the skirts of the marram/ deep in the dunes.

*Maya is the hindu belief that this world is an illusion.

Nota del editor: "ilusión" no es quizá la mejor palabra para definir actualmente en una lengua occidental el maya. Se trata de las cosas que se perciben separadas de su unidad esencial en el brahman, o realidad absoluta, de la que forman parte indisoluble. Trascender el maya no significa que éste desaparezca, como un espejismo, así como en la filosofía clásica occidental no desaparece la apariencia cuando comprendemos la esencia.

Foto: Nutter The Missouri Review

De Jude Nutter en este blog:
Dar nombre al mundo

viernes, octubre 09, 2009

Francisco Bitar / De "El Olimpo. Segunda parte"

SI ESTÁS solo en tu casa
una ciudad crece en el patio
el té tiene gusto a una frase bien hecha
en los objetos resplandece el último uso:
la sábana trabajada de dormir vestido
la alfombra del baño
donde juntaron los pies descalzos
mujeres sin amor

Si estás solo en la casa
y se viene la noche, cuidado:
nunca vi un gato
caer de otra forma que parado
en cambio vi a muchos hombres
caer de cabeza
lo que obliga a saber con precisión
si uno está solo como un gato
o solo como muchos hombres

Un cambio de estación
es un viento nocturno
que agita el altillo
de todos los amores superados

Si tu casa quedó sola
no te acerques a las puertas

Hay más frío cerca de las puertas.

Francisco Bitar (Santa Fe, 1981), El Olimpo. Segunda parte, Colección Chapita, Buenos Aires, 2009

Foto: XVII Festival Internacional de Poesía Rosario

jueves, octubre 08, 2009

José Coronel Urtecho / de "Po-la d'Anánta, Katánta, Paránta. Dedójmia T'élson"




Escrito en la corteza de una ceiba


Esta Ceiba que da sombra a mi casa
es propiamente heráldica. Sería
el emblema perfecto de tu escudo
si esto que grabo aquí fuera tu lema:
Ella no sabe de lo que de ella escribo
pues ser lo que es y no saberlo es ella.


Plegaria del statuquoista

Señor
te doy las gracias
por este día
igual a todos los anteriores
y te pido
que todos los días futuros
sean iguales a éste
por los siglos de los siglos
Amén


Autorretrato

Cuando al mirarme en el espejo
Veo en mi cara la de mi padre
Absurdamente tengo miedo.


Soneto a María Kautz en sus 73 años

Admirable María que has vivido
Sin un solo momento inocupado
Sin un solo quehacer inacabado
Sin un segundo de tiempo perdido

Nunca has amado lo que no has querido
Pero lo que has querido lo has amado
Y por eso tu mundo se ha poblado
De seres llenos de amor y sentido

Subiendo, a la par tuya, sus peldaños
Yo he llevado la cuenta de tus años
Y aún la llevo sin darla por concluida

Cada vez más feliz, más admirado
De verte y ver en ti cómo has logrado
A tanta edad llegar con tanta vida.

de Po-la d'Anánta, Katánta, Paránta. Dedójmia T'élson, 1970

José Coronel Urtecho (Granada, Nicaragua, 1906-Managua, 1994), Pájaro relojero. Poetas centroamericanos, Selección y prólogo de Mario Campaña, Círculo de Lectores-Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2009

Foto: Coronel Urtecho IHNCA/La Prensa, Nicaragua

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